El Poder de la Conciencia · Neville Goddard (1953)
Enseña que la conciencia es la única realidad y que todo cambio duradero comienza por el estado interior del ser.
Scottish Rite, San Francisco · 1953
Creo que saben cuánto me alegra estar nuevamente aquí, pues este es el único lugar donde se me concede total libertad. Ustedes lo saben. El Dr. Bailes jamás me ha impuesto una condición ni una sola vez ha intentado limitarme. Me da completa libertad en esta plataforma, y por eso me siento realmente feliz, porque no podría estar aquí si no fuera así.
Este año les he traído una serie completamente nueva. He llamado a la primera El poder de la conciencia, porque es la piedra fundamental sobre la que descansa toda la estructura.
Nada ha ocurrido en el año transcurrido que haya hecho tambalear ese fundamento. Han sucedido muchas cosas, muchas revelaciones, muchos experimentos, y sin embargo, el cimiento permanece intacto.
Para quienes no están familiarizados con esta base, afirmamos que la conciencia es la única y verdadera realidad. Si llamas a Dios la realidad última, ese es el nombre que damos a esa realidad suprema. Decimos, entonces, que la Conciencia es Dios.
Y decimos que la conciencia en acción es imaginación.
Y si la conciencia en acción (o Dios en acción) es el Hijo que da testimonio de su Padre, llegamos a la conclusión de que la imaginación es ese Hijo.
Nada ha surgido este año, como les digo, que perturbe esa profunda convicción. Consideramos al mundo, podría decirse, como una manifestación de la conciencia; y todas las vastas condiciones de los hombres como revelaciones de sus estados individuales de conciencia.
Distinguimos entre la identidad individual y el estado de conciencia que ocupa. Eres un ser eterno. Tu verdadero ser es tu ser imaginativo, personificado para nosotros en los Evangelios como Cristo Jesús, aunque el hombre no lo sepa. Pero este es tu ser real: tu maravillosa imaginación.
Cuando hablamos de la revelación de un estado, simplemente queremos decir que el estado en el cual el verdadero tú mora por un momento se objetiva como las condiciones y circunstancias de tu vida.
Si estás insatisfecho con las condiciones de tu vida, no existe forma alguna de cambiarlas si primero no cambias el estado desde el cual contemplas el mundo, porque el estado desde el cual un hombre observa el mundo determina el mundo que ese hombre describe.
El mundo que se describe a partir de la observación debe ser, por tanto, relativo al observador que lo describe.
De una manera muy sencilla: si ahora te preguntara “¿Dónde está San Diego?” y tú respondieras “Aproximadamente a 210 kilómetros de aquí”. Y luego te preguntara “¿Y Santa Bárbara?”, y dijeras “A unos 160 kilómetros de aquí”. No necesito ser un Einstein para saber dónde estás, porque si me dices dónde están esos dos lugares (uno a 160 km y el otro a 210 km de ti) sé que debes encontrarte en los alrededores de la ciudad de Los Ángeles.
Esta misma ley se cumple en cualquier descripción que hagas del mundo. Si te pido que describas tu mundo social y escucho con atención tu descripción, me estarás revelando tu posición en el mundo social.
Si te pido que lo describas intelectualmente, financieramente o espiritualmente, puede que no lo sepas, pero la descripción que ofreces del mundo me revela a mí (o a ti mismo, si escuchas con atención) el estado particular de conciencia desde el cual contemplas el mundo.
Y seguirás viendo el mundo tal como lo ves ahora, a menos que cambies tu estado de conciencia.
Ahora bien, hay ciertas palabras que, con el uso prolongado, acumulan connotaciones extrañas. Con el tiempo, dejan de significar algo claro. Una de esas palabras es “subconsciente”. Otra palabra que también lo es, y no se alarmen, es “Cristo Jesús”.
Ninguna de las dos evoca la misma idea en dos personas; cada una tiene una opinión, una definición o un matiz diferente.
Veamos entonces la palabra “subconsciente” y cómo se la define. Esta es la definición que encontramos en cualquier buen diccionario:
“Es aquella parte del estado mental que no se encuentra directamente en el foco de la conciencia, pero que puede ser llamada a ese foco mediante el estímulo adecuado.”
Ahora bien, esa es la definición de este fabuloso reino. Veamos ahora lo que se afirma de él.
Nuestros científicos de la mente, psiquiatras y psicólogos de hoy llaman a esta región “el poder creativo del hombre”; sostienen que todo en el mundo del hombre está determinado por las actividades de la mente subconsciente, y que el hombre mismo no tiene control alguno sobre esas actividades a menos que primero establezca una relación con ella.
Aquí hay una región que ellos llaman “subconsciente”; otros la llaman “inconsciente”, y otros hablan del “inconsciente colectivo”. Pero todos le atribuyen un poder creativo que moldea el mundo exterior en armonía con la disposición interior de sí misma.
Así, le otorgan estructura, realidad, forma, y afirman que su estructura determina la estructura externa que observamos y llamamos la única realidad, que cualquier modificación en la estructura interna de esta región profunda resulta en cambios correspondientes en el mundo objetivo exterior.
Pero luego nos dejan a merced de ELLA, a menos que descubramos el truco de entrar en relación con ella.
Volvámonos ahora al Evangelio. ¿Qué se dice del personaje central del Evangelio, a quien yo llamo Cristo Jesús?
Se dice de Él:
“Todas las cosas por Él fueron hechas, y sin Él nada de lo que ha sido hecho fue hecho.” — Juan 1:3
Todas las cosas, no unas pocas: todas… incluye todo.
Leo mi Evangelio con cuidado y hallo que el orden del Universo es de adentro hacia afuera.
En el capítulo 7 de Marcos leemos:
“Nada de lo que entra puede manchar al hombre, sino lo que sale del corazón” — Marcos 7:15
…Para bien o para mal. No sólo lo bueno sale, también puede salir lo malo.
Todas las cosas proceden de dentro hacia afuera; lo que entra no puede manchar al hombre; sólo aquello que sale del corazón del hombre puede bendecirlo o mancharlo.
Hay en el hombre un poder creativo que moldea constantemente el mundo exterior en armonía consigo mismo, y este Poder Creativo se nos describe como Cristo Jesús.
Veamos ahora otra cosa que nos enseñan: que hay un método para escudriñar las profundidades de esta región; que cuando el hombre duerme, usan el método de los sueños para penetrar en lo profundo.
Pues la Biblia nos lo dice de principio a fin:
“En un sueño, cuando un profundo sueño cae sobre los hombres, entonces Él abre los oídos de los hombres y sella su instrucción”. — Job 33:15–16
Se nos dice que Dios habla con sus profetas principalmente en sueños. Fue un sueño lo que impulsó a todos a realizar su gran revelación.
Se nos dice que este sabio, el más sabio de todos, fue prometido riquezas, larga vida y gran poder, y he aquí que Salomón despertó y era una visión nocturna (1 Reyes 3:5–15).
Se nos dice que el nacimiento del personaje central fue profetizado en un sueño, y que todo no era más que el sueño (Mateo 1:20; 2:12–13).
Ahora descubrimos que hay otra manera de mirar en lo profundo: la manera despierta de mirar en lo profundo es a través de la imaginación del hombre; que la imaginación es ahora el método despierto para penetrar en este gran misterio profundo.
Los antiguos descubrieron que, si alguna vez habían de descubrir la realidad última, no podía ser por ningún instrumento fabricado por el hombre. Para descubrir la realidad última, tendrían que poner a la Mente a observarse a sí misma, y luego registrar con exactitud esas observaciones.
Concluyeron que ninguna descripción de la Mente hecha por ciencia alguna conocida por el hombre podría ser adecuada para describir la Mente que creó esa ciencia. Así que, cuando hoy hablamos de usar la imaginación para mirar en lo profundo, hablamos de que la imaginación se mira a sí misma.
Pones a la imaginación a observarse y luego a registrar con exactitud esas observaciones. Y debes llegar a la conclusión de que la imaginación es la figura central del Evangelio.
Cuando leas tu Evangelio con esto en mente, todo el libro se vuelve luminoso. Un pasaje sencillo, cualquiera… si esta fuera una reunión abierta yo te invitaría ahora a preguntarme cualquier cosa sobre la figura central, y usando la simple técnica de identificar esa figura con mi propia imaginación, la respuesta surgiría automáticamente.
Aquí tienes uno:
“Pedro, ¿me amas?
—“Sí, Señor, tú sabes que te amo.”
—“Entonces apacienta mis ovejas.”
(Juan 21:15–17)
Y tres veces la misma pregunta es hecha y tres veces se da una respuesta similar. Y la última respuesta provocó cierto disgusto porque se hizo tres veces.
Pero ahora tómalo como la imaginación preguntándose a sí misma:
“He descubierto a mi salvador, he descubierto a mi pastor.
¿Y cuáles serían las ovejas? Pues nuestras mentes son como ovejas que divagan, o nuestros pensamientos como ovejas que divagan sin pastor.
Ahora que has descubierto que yo soy tu pastor, tu salvador, tu propia y maravillosa imaginación como la figura central; ‘¿Ahora, me amas?’ Tú respondes: ‘¡Sí!’ Entonces apacienta mis ovejas.”
“¿Y acaso no alimenté yo a las ovejas? ¿En algún momento no alimenté a las ovejas?”
“Cuando no lo hiciste con el más pequeño de estos…” (Mateo 25:40, 45)
Cada vez que imaginas un pensamiento poco amable contra otro, me arrastras por el lodo. Y luego dices que me amas, pero cada vez que tu imaginación se ejercita en favor de otro y no lo hace amorosamente, no me alimentaste. Me arrastraste por el lodo.
Y sin embargo, el hombre sigue ciego creyendo que sirve al Maestro; creyendo que entiende realmente a Cristo Jesús; que comprende y ama a su Salvador.
Y mañana, tarde y noche imagina cosas poco amables contra su prójimo, sin saber que en ese mismo momento estaba llevando a su Maestro por la cuneta.
Así se nos dice:
“Tuve sed y no me diste de beber. Tuve hambre y no me diste de comer. Busqué refugio y no me recibiste. Necesité vestido y no me cubriste.” — Mateo 25:35–36, 40, 45
¿Pero cuándo sucedieron estas cosas? No recuerdo haberte rechazado jamás.
“Cuando no lo hiciste con el más pequeño de estos, no lo hiciste conmigo.”
“Y cuando lo hiciste con el más pequeño de estos, lo hiciste conmigo.”
Y llegará el día en que el hombre descubrirá que ese “más pequeño” del que se habla es él mismo.
Cuando el hombre descubra que el mayor de todos los tiranos, el más insolente de todos los ofensores, el más grande de todos los mendigos es él mismo, entonces verá que necesita las limosnas de su propio perdón.
Y, en lugar de increparse a sí mismo, comenzará consigo mismo a ennoblecer sus propios pensamientos, a elevarse imaginando primero lo mejor de sí mismo y luego compartirá eso con el mundo que le rodea.
Porque mirará un mundo y lo describirá en relación consigo mismo, y ya no verá las cosas poco amables que antes veía.
Esto es lo que queremos decir con esta piedra fundamental que hasta ahora no ha sido sacudida.
Un hombre muy sabio, Emerson, dijo que cuando aparece una teoría verdadera, ella misma será su propia evidencia; su prueba es que explicará los fenómenos de la vida.
Estoy convencido de que tenemos esa verdadera teoría, porque la teoría que les presento aquí, que afirma que su conciencia es la única realidad y que el estado particular de conciencia en que habitan es la única causa de los fenómenos de su vida, no puede ser sacudida.
Les pido que la pongan a prueba, incluso si la prueba nace del deseo de refutarla. Les pido que la intenten, porque sé que no la refutarán.
Esta maravillosa conciencia suya es la realidad última, y ustedes son libres de elegir el estado en el que desean entrar. Pero la mayoría de nosotros hemos elegido, aunque sin sabiduría. No hay nada malo con el estado; el estado está bien. Lo que lo hace “bueno” o “malo” para nosotros es el modo en que le damos efecto.
Nuestra teoría, se los aseguro, no fue improvisada de la nada; y las historias que les he contado aquí durante los últimos siete años, los casos que registré en mi último libro El poder de la conciencia, no fueron inventados para que encajaran en esta teoría.
Esta teoría se construyó lentamente mediante una cuidadosa observación de los hechos. Porque cuando alguien llegaba a mi mundo y describía su mundo, revelaba el ser que realmente era.
Cuando yo hacía la simple pregunta:
“¿Qué quieres?”
y lo nombraban, y me decían que lo deseaban de todo corazón, y luego les preguntaba:
“¿Cómo verías el mismo mundo si ya hubieras realizado tu objetivo?”
mirando el mismo mundo comenzaban a describirlo de otro modo.
Yo les decía:
“Ahora, esa es la descripción que debes hacer del mundo. Debes tejerla en tu mente, porque al hacerlo entras en el estado en el que ese mundo se vuelve real en relación con ese estado.”
Así que, si ahora sabes cómo verías el mundo si hubieras alcanzado tu meta, ese es el mundo que debes empezar a ver con el ojo de la mente.
Y si con el tiempo ese estado se convierte en un hecho objetivo, entonces la teoría, como ves, no fue hecha para ajustarse a eso; se formó por sí misma a partir de una observación cuidadosa de los hechos.
Si puedo repetir esto una y otra vez, y cada vez, al mover este “yo” permanente al estado deseado y dejarlo habitar allí el tiempo suficiente para volverlo natural, en el momento en que se vuelve natural ese estado se hace visible y objetivo, entonces tenemos una teoría verdadera, porque sí explica los fenómenos de la vida.
En esta serie les hemos traído muchas revelaciones. Una que quiero subrayar a lo largo de toda la serie es la enorme diferencia entre pensar desde un final y pensar en un final.
Ahora mismo yo estoy pensando desde Los Ángeles; cada parte de este mundo, si pienso en ella, estoy pensándola en ella. Pero yo pienso desde Los Ángeles, y la diferencia entre ambas, como pueden ver, es que una es realidad y la otra es un sueño aún no hecho real.
Porque la imaginación es la figura central de la Biblia, y ningún poder en el mundo puede detener su viaje. Puede entrar en cualquier mansión y allí permanecer. No existe poder en la faz de la tierra que ahora me impida imaginarme en el estado deseado.
Así que empiezo a pensar desde él. Y al pensar desde él, todos los estados anteriores se desvanecen. Ese es el gran Hijo de Dios, que puede moverse a cualquier mansión de la casa de su Padre y allí ocuparla.
Si alguna vez entra y la ocupa, entonces yo estaré allí en la carne también. Porque en esta casa de mi Padre hay incontables estados ya existentes, y yo, al descubrir quién es realmente el Hijo, y sólo el Hijo puede entrar en esas mansiones, al descubrir que el Hijo es mi propia imaginación, viviré en la imaginación como si viviera en la carne; y luego, al vivir en ese estado, llevaré también mi cuerpo, para confirmar ese estado. Pues habitar un estado el tiempo suficiente reviste ese estado de carne.
Así que aquí: cada uno de nosotros, si lo acepta, puede desde hoy mismo ser tan libre como el viento. Depende enteramente de ti elegir en qué mansión entrarás, porque tú eres el único arquitecto de tus sufrimientos o de tu buena fortuna.
No hay poder externo que haya causado nada en tu vida; es simplemente tu elección, como dije antes, tu elección poco sabia.
Ahora, conociendo quién eres y sin avergonzarte de reclamar esta audaz, audaz suposición, que Cristo en el hombre es la imaginación del hombre, dejarás de llamar a alguna fuerza externa para pedir ayuda.
Como dicen los profetas:
“¿Por qué seguimos aquí llamando a Dios en busca de ayuda y no a nosotros mismos, en quienes Él habita como nuestra imaginación?”
¿Por qué llamar a otro lugar cuando Él mora aquí, donde yo estoy, como mi imaginación?
¿Acaso hay algún poder que me impida imaginarme siendo el hombre que quiero ser, al punto de revestirlo de un sentimiento de realidad?
Si puedo revestir este estado imaginado con toda la vividez y sensibilidad de la realidad, entonces finalmente lo revestiré de carne, porque esa es la Ley: de adentro hacia afuera.
Si eres lo bastante audaz para aceptarlo, hoy mismo te liberarás. Si aún eres tímido, permíteme sugerirte que vuelvas y leas el capítulo siete del Evangelio de Marcos, donde verás cómo sigues manteniendo vivas las tradiciones de los hombres e ignorando la Ley de Dios.
Así los hombres lavan las copas, lavan las ollas, y rinden todas las reverencias externas a lo que se conoce como las tradiciones de los hombres, para ser vistos por ellos y ser considerados santos.
Pero Yo traigo —dijo Él— la Ley de Dios y nadie parece escucharla.
“¿No sabéis que sois templo del Dios viviente y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” — 1 Corintios 3:16
¿Has oído alguna vez estas palabras?
“Cristo en vosotros es la esperanza de gloria” — Colosenses 1:27
No un Cristo afuera, sino Cristo en ti.
Pero si no somos lo bastante valientes para reclamarlo, porque se nos dice:
“Tenéis la mente de Cristo” — 1 Corintios 2:16
… no es una mente que vas a adquirir en el futuro; la tienes ahora.
Reclámala, entonces, y empieza a ejercitar este gigante de la mente llamado en la Biblia el Hijo de Dios, y verás quién es realmente tu salvador.
Permíteme ahora darte algunos de sus títulos, todos tomados de la Biblia:
Se le llama el Redentor;
se le llama el Salvador;
se le llama la Pascua;
se le llama el Segundo Hombre;
se le llama “El Deseo de todas las naciones”.
Tómalo y ve cómo encaja con tu maravillosa imaginación.
Ese hombre que no sabes que existe, ese Segundo Hombre, es tu ser imaginativo; aquel que mantienes cautivo aceptando sólo la evidencia de los sentidos y aquello que dicta la razón.
Si ahora liberas al Segundo Hombre, verás cómo él es la Pascua. Puede pasar de este estado presente a cualquier estado deseado en el mundo, porque ningún poder puede impedirte habitar en la imaginación donde deseas habitar.
Así, colocándote allí, comienzas a pensar desde él, y no a matarte de hambre pensando en él.
“Iré y lo prepararé” — (Juan 14:2–3)
y preparándolo, habitaré en él y comenzaré a pensar desde él.
Te aseguro que innumerables historias semejantes me han sido contadas en el último año por aquellos que me tomaron la palabra y comenzaron a despertar a Cristo en su interior.
Él había estado dormido mientras los sentidos dictaban cada uno de sus pasos; y entonces, negando por completo la evidencia de los sentidos e imaginándose con audacia ser lo que deseaban ser, han encontrado a su salvador, y ningún hombre en el mundo podría devolverlos a las tradiciones de los hombres.
Están libres de todas las tradiciones humanas, y por eso ningún hombre puede presentarse ante ellos y llamarse a sí mismo intermediario entre el hombre y Dios. Se han apartado de todos los intermediarios, habiendo encontrado al único Redentor, y el Redentor es el único intermediario entre el hombre y Dios.
Entonces sabes que cada vez que ejerces tu imaginación amorosamente en favor de otro, estás literalmente mediando a Dios ante el hombre.
Así, ya no necesitas mantener vivas las tradiciones de los hombres con la esperanza de que algún poder invisible, algún ser santo, te considere.
Volvamos entonces a refrescar esta palabra tan abusada, que ahora es tu imaginación, a la que la gente sin definirla llama “el subconsciente”, como si fuera un simple apéndice. La gente anda diciendo “mi mente subconsciente” o “mi mente inconsciente” sin saber de qué están hablando.
Pues bien, esta fabulosa serie de estados mentales es tu imaginación. Y permíteme decirte que tiene forma, tiene estructura, tan real como el mundo objetivo visible; que el mundo interior es un mundo de realidad. Llámalo por cualquier nombre. Yo lo llamo mi maravillosa imaginación, y ella asume la forma de todo aquello que acepto y consiento como verdadero.
Asume realmente la forma de la suma total de todas mis creencias, y mis creencias no necesitan ser verdaderas. No tienen por qué acercarse a la verdad. Mis creencias pueden ser prejuicios, pueden ser supersticiones. A ella no le importa. Tomará todas las vestiduras de los hombres y las llevará.
Así pues, asumirá la forma de la suma total de todo aquello a lo que el hombre da su consentimiento en este mundo, y luego moldeará el mundo exterior en armonía con la disposición interior de sí misma.
Por lo tanto, para cambiar el mundo exterior, debo modificar o cambiar, de algún modo alterar, la estructura del hombre interior o Segundo Hombre, el Segundo Hombre que es mi imaginación.
Así que me propuse observarme a mí mismo y mirar cómo funciona mi imaginación. Y aquí hay algo que les interesará. Observé que siempre se mueve según el hábito; que es un ser de hábito. Y así, si me acostumbro a pensar pensamientos poco amables, se vuelve algo natural.
Entonces escucho sólo aquello que critica a otro; escucho sólo aquello que no está lleno de alabanza, aquello que juzga con dureza; y, según el hábito, mi imaginación se mueve por esos mismos senderos.
Ahora bien, si no me gusta el mundo exterior, y realmente creo que es causado por la estructura del hombre interior o Segundo Hombre, entonces debo cambiar su imagen, cambiar su forma, observando cómo reacciono a todo lo poco amable, cómo no me intereso en la alabanza del otro, y luego comenzar a apacentar mis ovejas: empezar a cambiar mis pensamientos, mis sentimientos, mis estados de ánimo respecto a los demás.
Y al comenzar a cambiar mis reacciones hacia las personas, descubro que estoy cambiando la estructura del Hijo de Dios. Y entonces produzco automáticamente cambios correspondientes en mi mundo exterior.
Si realmente lo aceptas, y eres lo bastante audaz para tomarlo, te prometo un mundo que ni los sabios han soñado, porque incluso el sueño dejará de ser el inconsciente que es para la mayoría de las personas.
El sueño se convierte sólo en una puerta al mundo donde este verdadero tú, el Segundo Hombre, realmente vive, se mueve y tiene su ser. Es un mundo dimensionalmente mayor, y puedes entrar en él rápidamente en meditación, o noche tras noche en el sueño, y encontrarás oportunidades que empequeñecerán los sueños más audaces de los hombres aquí.
Así que te pido que realmente lo creas y que en el breve intervalo de cuatro semanas mientras estemos aquí lo pruebes de tal modo que puedas contarme las cosas que te han sucedido al poner en práctica este Poder de la Conciencia.
Aprende a hacerte consciente, en cualquier momento, de tu deseo cumplido. Asume el sentimiento de tu deseo realizado y aprende a hacerte intensamente consciente del estado cumplido, para que puedas mirar tu mundo y describirlo en relación con tu deseo realizado. Y aprende entonces a sostener ese estado de ánimo.
Descubrirás, con el tiempo, que a través del movimiento habitual de tu ser interior, porque siempre viaja según el hábito, al poco tiempo se moverá por hábito al sentimiento del deseo cumplido, y en el momento en que ese sentimiento se vuelve algo natural para sí mismo, comienza a cambiar el mundo exterior para reflejar el cambio interior de tu mente.
Ahora, espero que lo tomes, pero no hay poder en el mundo que pueda obligarte a hacerlo. Eres tan libre como el viento para aceptarlo o no.
Si prefieres persistir en la creencia de que tu Salvador vivió hace años y murió por ti, y que a través de su muerte (externa a ti) eres salvado, tienes derecho a creerlo.
Como te dije antes, porque tu ser interior se moldea en armonía con la suma total de todas tus creencias, seguirás teniendo pruebas visibles de la verdad de esa creencia. Hallarás millones que creen contigo, y creerás que el número lo hace verdadero, y así contribuirás a las vastas tradiciones de los hombres.
Si quieres salir y apartarte, y encontrar a tu Salvador allí donde sólo puedes hallarlo, en tu interior, poniendo a tu imaginación a observarse a sí misma, debes llegar a la misma conclusión: que esta realidad última que los hombres llaman Dios, que los Antiguos definieron como “Yo Soy”, es tu propia y maravillosa conciencia, y que ESA en acción (o el Hijo, o Cristo Jesús) es tu imaginación.
Y entonces, al descubrirlo, comenzarás realmente a apacentar las ovejas, y dejarás, desde este mismo momento, de arrastrar a tu Salvador por el barro.
Ahora veo que mi tiempo ha terminado, y así en este momento tomaré asiento y unámonos todos en el ejercicio de nuestra imaginación amorosamente en favor de otro. Simplemente imagina que te hablan, que te dicen aquello que desearían poder decirte, y escucha como si realmente lo oyeras; y entonces pondrás en práctica ese primer versículo del capítulo quinto del libro de Efesios:
“Sed imitadores de Dios como hijos amados”. — Efesios 5:1
¿Y cómo imitaría yo a mi Padre?
“Llama las cosas que no se ven como si fueran, y lo no visto se hace visible.” — Romanos 4:17
Ese es el modo en que mi Padre llama las cosas a la existencia, y a mí se me pide que sea un imitador de mi Padre como un hijo amado.
Pues ahora llamaré a la voz imaginaria.
Escucharé como si oyera lo que quiero oír.
Miraré como si estuviera viendo lo que quiero ver.
Y si persisto en mi escucha y en mi visión, estaré imitando a mi Padre como un hijo amado.
Y Él no me defraudará: llamará a la carne, a la realidad objetiva, aquello que he asumido que he oído y que he visto.
✧ Fuente: Cool Wisdom Books
© Traducción al español por Indira G. Andrade · La Mente Creadora. Todos los derechos reservados.
En La Mente Creadora encontrarás la obra completa de Neville Goddard en español, organizada paso a paso en orden cronológico.
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