Imaginación Despierta · Neville Goddard (1954)
Enseña el arte de la revisión y muestra cómo la imaginación humana es el poder creador que redime toda experiencia.
Como ya han escuchado, el tema de esta mañana es “Imaginación Despierta”. Es mi tema para toda esta serie de diecinueve conferencias. Todo está orientado hacia el despertar de la imaginación.
Dudo que exista un tema sobre el cual sea más raro pensar con claridad que sobre la imaginación. La palabra misma se usa para expresar toda clase de ideas, muchas de ellas directamente opuestas entre sí.
Pero aquí, esta mañana, espero convencerte de que éste es el poder redentor en el hombre. Este es el poder del que habla la Biblia como el Segundo Hombre, “el Señor del Cielo”:
“El segundo hombre es del cielo.” — 1 Corintios 15:47
Este es el mismo poder personificado para nosotros en un hombre llamado Cristo Jesús.
En los antiguos textos se le llamaba Jacob, y hay innumerables nombres en la Biblia que conducen y culminan en esa gran flor llamada Cristo Jesús.
Tal vez te sorprenda identificar a la figura central de los Evangelios con la imaginación humana, pero estoy completamente seguro de que, antes de que esta serie termine, estarás convencido de que esto es exactamente lo que los antiguos querían que supiéramos, pero el hombre ha interpretado mal los Evangelios, leyéndolos como historia, biografía y cosmología, y así ha caído en un profundo sueño respecto al poder que mora en su interior.
Esta mañana he traído el medio por el cual este poder inmenso que habita en nosotros puede ser despertado.
Lo llamo el arte de la revisión.
Tomo mi día y lo repaso en el ojo de mi mente. Comienzo con el primer acontecimiento de la mañana y recorro toda la jornada; cuando llego a alguna escena de mi día que me haya desagradado o incluso si no me desagradó, pero no fue tan perfecta como creo que pudo haber sido, me detengo allí mismo y la reviso.
La re-escribo, y cuando la he re-escrito de modo que se ajuste al ideal que desearía haber vivido, entonces la experimento en mi imaginación como si realmente la hubiera vivido en carne propia.
Repito este proceso una y otra vez, hasta que adquiere el tono de la realidad, y la experiencia me ha convencido de que ese momento que he revisado y revivido no se desvanece en mi pasado. Avanzará hacia mi futuro para presentarse ante mí tal como lo he revisado.
Si no reviso esos momentos, porque nunca retroceden y siempre avanzan, avanzarán igualmente para presentarse ante mí, perpetuando aquel extraño e ingrato incidente. Pero si me niego a permitir que el sol descienda sobre mi enojo, de modo que al final del día nunca acepto como definitivos los hechos del día por muy reales o evidentes que parezcan, nunca los acepto y al revisarlos, revoco el día y provoco cambios correspondientes en mi mundo exterior.
Ahora bien, este arte de la revisión no solo cumplirá todos mis propósitos, sino que, al comenzar a revisar el día, cumple su gran propósito: despertar en mí al ser que los hombres llaman Cristo Jesús, al que yo llamo mi maravillosa imaginación humana.
Y cuando ese ser despierta, es el ojo de Dios, que se vuelve hacia adentro, hacia el mundo del pensamiento; y allí veo que aquello que antes creía existir fuera de mí, en realidad existe dentro de mí mismo.
Sea lo que sea, descubro que toda la Creación está arraigada en mí y termina en mí, así como yo estoy arraigado en Dios y termino en Dios.
Y desde ese momento descubro mi verdadero propósito en la vida, y ese verdadero propósito es simplemente hacer la voluntad de Aquel que me envió. Y la voluntad de Aquel que me envió es ésta:
“Que de todo lo que Él me ha dado, nada pierda, sino que lo resucite.” [Juan 6:39]
¿Y qué me dio Él? Me dio cada experiencia de mi vida. Él me dio a ti. Cada hombre, mujer y niño que encuentro es un regalo de mi Padre para mí; pero ellos cayeron en mí, se manifestaron en mi mundo a causa de mi actitud hacia la sociedad y de mi actitud hacia mí mismo.
Cuando comienzo a despertar y el ojo se abre, y veo que el todo es mi propio ser hecho visible, entonces debo cumplir mi verdadero propósito, que es la voluntad de Aquel que me envió, y esa voluntad es levantar a aquellos que, en mi ignorancia mientras dormía, permití que descendieran dentro de mí.
Entonces comienza el verdadero arte de la revisión: ser ese hombre, sin importar la impresión que tengas de él, sin importar los hechos del caso que todos parecen gritarte en la cara. Es tu deber, cuando despiertas, elevarlo dentro de ti, y descubrirás que él nunca fue la causa de tu desagrado. Cuando lo mires y sientas desagrado, mira hacia adentro y encontrarás la fuente de ese desagrado. No se originó en él.
Ahora permíteme darte un caso real para ilustrar este punto.
Sé que algunos de ustedes estuvieron en el banquete, y tal vez algunos me escucharon el jueves pasado en televisión; pero dudo que, en esta audiencia de unas dos mil trescientas o dos mil cuatrocientas personas, más de ciento cincuenta lo hayan oído.
Y aun si lo escuchaste, puedes volver a oírlo una y otra vez, porque esto si realmente lo escuchas, te llevará a actuar en consecuencia.
Como les dije, y creo que lo mencioné el domingo pasado… pero si no lo hice, déjenme decirlo ahora:
Si asistieras a las diecinueve conferencias completas y te empaparas de todo lo que tengo que decirte, de modo que poseyeras todo el conocimiento que crees necesario para alcanzar tus objetivos, y no aplicaras lo que has recibido, de nada te serviría.
Pero un poco de conocimiento puesto en acción te resultará mucho más provechoso que un gran conocimiento que descuidas poner en práctica.
Así que, al repetir este caso esta mañana aunque quizá cien o doscientas personas ya lo hayan escuchado, servirá para recordarte que debes hacer algo con ello.
El pasado mes de mayo, en la ciudad de Nueva York, se encontraba una mujer que llevaba asistiendo a mis charlas desde hacía años, y yo hice una observación sencilla: que debemos ser hacedores de la Palabra y no simples oyentes. Porque si una persona solo escucha y nunca aplica lo que oye, jamás podrá comprobar ni refutar lo que ha escuchado.
Entonces conté la historia de una mujer que solo me había escuchado tres o cuatro veces y cómo transformó la vida de otra persona. Al oír esto y al saber que alguien que había asistido apenas tres veces había experimentado un milagro así, esta mujer volvió a casa decidida a aplicar de verdad lo que había escuchado durante años. Y esto fue lo que hizo.
Dos años antes, tras una violenta discusión, su nuera le ordenó salir de la casa de su hijo. Su hijo le dijo:
“Madre, no necesitas pruebas de mi amor; es evidente. Creo que te lo he demostrado cada día de mi vida.
Pero si ésa es la decisión de Mary… y lamento que lo sea, debe ser también la mía, porque amo a Mary y vivimos juntos en esta casa.
Es nuestro hogar, nuestra pequeña familia, y siento que ella se sienta así respecto a ti, pero ya sabes cómo estas pequeñas cosas terminan por estallar, como ocurrió hoy.
Si ésa es su decisión, también es la mía.”
Eso ocurrió dos años atrás. Aquella noche, al llegar a casa, comprendió que noche tras noche, durante más de dos años, había permitido que el sol se pusiera sobre su enojo.
Pensaba en aquella maravillosa familia que amaba y se sentía rechazada y expulsada del hogar de su hijo. No hizo nada por revisar aquella situación y sin embargo yo llevaba un año hablando del arte de la revisión a mi audiencia en Nueva York.
Esto fue lo que hizo entonces. Sabía que la correspondencia de la mañana no había traído nada. Era miércoles por la noche, y no había habido comunicación alguna en dos años. Durante ese tiempo, le había enviado a su nieto al menos una docena de regalos, y ninguno fue jamás respondido. Sabía que los habían recibido, porque había asegurado varios de ellos.
Así que aquella noche se sentó y escribió mentalmente dos cartas:
Una, de su nuera, expresándole gran afecto, diciéndole que la extrañaban en casa y preguntándole cuándo iría a visitarlos.
La otra, de su nieto, en la que decía:
“Abuela, te quiero.”
Luego seguía una expresión de agradecimiento por el último regalo de cumpleaños, que había sido en abril, y finalmente una nota de tristeza por no haberla visto, rogándole que fuera pronto a visitarlo.
Memorizó esas dos breves cartas, y cuando estaba a punto de dormir, tomó con sus manos imaginarias aquellas cartas y las leyó mentalmente, una y otra vez, hasta que despertaron en ella la alegría de haber recibido noticias de su familia, la sensación de que volvía a ser querida una vez más.
Leyó estas cartas una y otra vez, sintiendo la alegría por haberlas recibido, y se durmió en su proyecto.
Durante siete noches seguidas, esta mujer leyó esas dos cartas, y en la mañana del octavo día, recibió una carta real: dentro había dos cartas, una de su nieto y otra de su nuera. Estas cartas eran idénticas a las cartas que había escrito mentalmente para ella misma siete días antes.
¿Dónde estaba la separación? ¿Dónde estaba el conflicto? ¿Dónde estaba la fuente del desagrado, que había sido como una llaga abierta durante dos años? Cuando el ojo del hombre se abre, comprende que todo lo que contempla, aunque parezca estar fuera, está dentro, dentro de su propia imaginación, de la cual este mundo de mortalidad no es más que una sombra.
Ella me dio permiso para contar esa historia. Cuando la conté, y llegamos al momento de preguntas y respuestas, hubo una reacción extraña entre el público. Se preguntaban qué alegría podría tener la vida para cualquiera de nosotros si tuviéramos que escribirnos nuestras propias cartas; si tuviéramos que hacernos a nosotros mismos todo aquello que aparentemente se hace con alegría, todo lo que parece ser espontáneo cuando proviene de otro. Pero yo no quiero escribirme a mí mismo una carta de amor de parte de mi esposa, o de mi amada, o de mi amigo. Quiero que esa persona sienta esto hacia mí y lo exprese sin que yo lo sepa, para que así pueda recibir una sorpresa en la vida.
Bueno, no niego que el hombre dormido cree firmemente que así es como ocurren las cosas. Pero cuando el hombre despierta, comprende que todo lo que encuentra es parte de sí mismo; y aquello que aún no alcanza a comprender, sabe porque su ojo se ha abierto, que está vinculado por afinidad con alguna fuerza todavía no reconocida en su propio ser.
Entonces reconoce que él mismo lo escribió, pero lo ha olvidado; que fue él quien se abofeteó a sí mismo, pero lo ha olvidado; que dentro de sí mismo inició todo el drama que ahora se despliega.
Y cuando mira hacia el mundo, éste le parece extraño, porque la mayoría de nosotros, mientras dormimos, somos totalmente inconscientes de lo que hacemos desde nuestro interior.
Lo que esta dama hizo, puede hacerlo cualquier hombre o mujer que está hoy en esta audiencia. No te tomará años comprobarlo.
Lo que voy a decirte ahora quizá te sorprenda; puede incluso parecerte rozar la locura, pues el loco cree en la realidad de los estados subjetivos, mientras que el cuerdo solo cree en aquello que los sentidos permiten y dictan.
Pero te digo: cuando empieces a despertar, afirmarás la supremacía de la imaginación y someterás todas las cosas a ella. Nunca más te inclinarás ante los dictados de los hechos, ni aceptarás la vida según las apariencias del mundo exterior.
Para ti, la Verdad no está limitada por los hechos, sino por la intensidad de tu imaginación. Así encontramos aquí la encarnación de la Verdad que yo afirmo es la imaginación humana de pie ante el drama del mundo, frente a la encarnación de la razón, personificada como Poncio Pilato.
Y se le da autoridad para interrogar a la Verdad, y le preguntan:
“¿Qué es la Verdad?”
Y la Verdad permanece en silencio. Se niega a justificar ninguna de sus acciones; rehúsa justificar cualquier cosa que se le haya hecho, porque sabe:
“Nadie viene a mí si yo no lo llamo; nadie me quita la vida, yo mismo la entrego.” [Juan 10:18]
“No me elegiste tú a mí; yo te elegí a ti.” [Juan 15:16]
Porque aquí está la Verdad, que ya no ve nada como puramente objetivo, sino que ve todo como subjetivamente relacionado consigo misma, y ella misma como la fuente de todas las acciones que ocurren dentro de su mundo.
Por eso la Verdad permanece absolutamente en silencio, y nada responde cuando la razón la interroga acerca de la verdadera definición de la Verdad. Porque cuando el ojo se abre, sabe que lo que es una idea para el hombre dormido, es un hecho para la imaginación despierta: un hecho objetivo, no una idea.
Concibo en mi mente la idea de un amigo y formo en el ojo de mi mente una imagen maravillosa de él; y mientras duermo, parece solo un deseo, el anhelo de mi corazón, algo puramente subjetivo, una simple idea. Pero cuando el ojo dentro de mí se abre, él se presenta ante mí encarnando la cualidad que, en mi sueño, deseaba verlo expresar.
Así, lo que es una idea para el hombre dormido, la imaginación no despertada, se convierte en una realidad objetiva para la imaginación despierta.
Este ejercicio requiere, diría yo, el uso activo y voluntario de la imaginación, en contraposición a la aceptación pasiva e involuntaria de las apariencias.
Nunca aceptamos como verdadero ni definitivo nada a menos que se ajuste al ideal que deseamos encarnar en nuestro mundo, y hacemos exactamente lo que hizo la abuela.
Pero ahora lo iniciamos conscientemente y lo practicamos cada día. Puede que tus resultados lleguen mañana; puede que lleguen pasado mañana; puede que tarden una semana… pero te aseguro que llegarán.
No necesitas ningún laboratorio extraño, como nuestros científicos, para probar o refutar esta teoría. En 1905, un joven sorprendió al mundo científico con una ecuación que nadie podía siquiera poner a prueba. Se decía que no había más de seis hombres en vida capaces de entenderla.
Pasaron catorce años antes de que Lord Rutherford ideara un método para comprobar aquella ecuación, y descubrió que era cierta no al cien por ciento, porque no contaba aún con los medios necesarios para realizar una prueba completa.
Transcurrieron otros catorce años antes de que pudieran hacerse nuevas pruebas. Y tú conoces los resultados de esa ecuación que Einstein nos dio en 1905. Hoy el hombre, sin conocer el poder de su propia imaginación, se asombra ante las consecuencias de haber liberado esa energía. Pero fue él mismo quien dijo y lo cito en la primera página de mi nuevo libro: “La imaginación es más importante que el conocimiento.”
Ese hombre fue Albert Einstein.
“La imaginación es más importante que el conocimiento.”
Porque si el hombre acepta como definitivos los hechos que los sentidos le presentan como evidencia, nunca ejercerá este medio de redención que Dios le ha dado, y ese medio es su imaginación.
Ahora voy a pedirte que pongas esto a prueba. No necesitarás las tres semanas que estaré aquí para comprobarlo o refutarlo, porque el conocimiento en sí no puede probarse: solo la aplicación de ese conocimiento puede probarlo o refutarlo. Y sé por experiencia que no puedes refutarlo.
Toma un objetivo: un trabajo, una conversación con tu jefe, un aumento de salario. Dirás: “Bueno, el puesto no lo permite”, o “quizás el sindicato no lo permitirá”. No me importa lo que no lo permita.
Ayer por la mañana recibí una carta desde San Francisco de un capitán, un piloto, que me escribe lo siguiente:
“Neville, te vi entre bastidores después de una de tus conferencias, y allí te dije:
‘Pero, Neville, te enfrentas a un muro de piedra. Soy un piloto entrenado; he viajado por todo el mundo, por los siete mares; soy buen piloto y amo el mar.
No hay nada en este mundo que desee hacer más que navegar. Sin embargo, me restringen a ciertas aguas por cuestión de antigüedad. No importa qué argumentos les dé: el sindicato es inflexible y ha cerrado el libro sobre mi solicitud.’”
Y yo le respondí:
“No me importa lo que hayan hecho. Estás transfiriendo el poder que pertenece legítimamente a Dios, tu propia imaginación, a la sombra que proyectas sobre la pantalla del espacio.”
Así que aquí estamos, en esta sala… ¿debe seguir siendo solo una sala? ¿No puedes usar tu imaginación para convertirla en un puente de mando? Esto es ahora el puente, y yo soy un invitado en el puente de tu barco; y tú no estás en aguas restringidas por el sindicato, sino en las aguas que deseas navegar.
Ahora cierra los ojos y siente el ritmo del océano; siéntelo conmigo, comunícate conmigo, y háblame de tu alegría, primero al comprobar este principio, y segundo, al encontrarte en el mar, allí donde deseas estar.
Hoy él está en Vancouver, a bordo de un barco que lleva un cargamento de madera hacia Panamá. Tiene una lista completa de viajes que lo ocupará todo el año. Está navegando por aguas en las que el sindicato decía que no podía navegar.
Esto no elimina la existencia de los sindicatos, pero tampoco coloca a nadie en nuestro lugar: ni reyes, ni reinas, ni presidentes, ni generales; no colocamos a nadie en un trono ni lo ponemos por encima del poder que pertenece legítimamente a Dios.
Así que no violaré la ley, pero se abrirán caminos que jamás podría haber ideado por mí mismo.
Me sentaré en silencio y, dentro de mí, revisaré la escena. Oiré al mismo hombre que me dijo: “No, y eso es definitivo”, y lo escucharé decirme que sí, y una puerta se abrirá. No necesito ir a mover influencias ni tirar de ningún hilo. Simplemente invoco este poder maravilloso dentro de mí, el cual el hombre ha olvidado por completo, porque lo personificó y lo llamó otro hombre, aunque sea una imagen gloriosa de un hombre, no es ese el hombre real.
El verdadero hombre no está en otro mundo. Cuando la religión habla si es verdadera religión, no habla de otro mundo, sino de otro hombre, latente pero aún no nacido en cada ser humano, un hombre que está en sintonía con otro mundo de significado.
Así, aquel hombre se sentó y se sintonizó con otro mundo de significado, e hizo surgir un poder que había dejado dormir, porque había aprendido demasiado bien las leyes de los hombres. Aceptó como definitivo el dictado de los hechos, porque le leyeron los reglamentos, las leyes del sindicato.
Y hoy, está volando sobre el océano, tal como deseaba hacerlo. La abuela ya no está excluida del hogar que amaba, sino en comunión con él; pero ella misma se había dejado fuera durante dos años. Y él mismo se había dejado fuera por más de dieciocho meses, consumiéndose día tras día, permitiendo que el sol se pusiera sobre su enojo, teniendo dentro de sí el poder y la llave para abrir cada puerta del mundo.
Les digo a cada uno de ustedes: no pretendo quitarles sus consuelos externos, ni su religión, porque todas esas cosas son como juguetes para el hombre dormido. Pero he venido a despertar en ustedes aquello que, cuando despierta, ve un mundo completamente distinto. Ve un mundo que ningún hombre dormido podría ver jamás, y entonces comienza a levantar dentro de sí a todo ser que Dios le ha dado.
Y debo decirles: Dios les ha dado a todo hombre que camina sobre la faz de la tierra. Y lo hizo con este propósito: que nada ha de ser desechado, que todo ser en el mundo debe ser redimido, y que su vida individual es el proceso mediante el cual esa redención se cumple.
Por eso no desechamos nada solo porque algo nos resulte desagradable; lo revisamos. Al revisarlo, lo revocamos, y al revocarlo, se proyecta en la pantalla del espacio, dando testimonio del poder que habita en nosotros, que es nuestra maravillosa imaginación humana.
Y digo humana deliberadamente —algunos preferirían que dijera “divina”, pero esa palabra, por sí misma, ya no significa nada para el hombre. La ha apartado completamente de sí, se ha divorciado de aquello mismo ante lo que ahora se inclina, y lo llama con otros nombres. Yo digo: imaginación humana.
Como dijo Blake:
“Los ríos, las montañas, las ciudades, las aldeas, todo es humano.”
Cuando el ojo se abre, los ves en tu propio pecho, en tu propio y maravilloso pecho existen todos, allí están arraigados. No los dejes caer ni permanecer caídos; levántalos, porque la voluntad de mi Padre es ésta:
“Que de todo lo que Él me ha dado, nada pierda, sino que lo levante nuevamente.” [Juan 6:39]
Y yo lo levanto cada vez que reviso mi concepto de otro y lo hago conformarse con la imagen ideal que yo mismo desearía expresar en este mundo. Porque cuando hago con él lo que desearía que el mundo hiciera conmigo, y viera en mí, entonces lo estoy levantando.
¿Y puedo decirte qué sucede con el hombre cuando hace esto? Antes que nada, ya se ha vuelto hacia adentro. Ya no ve el mundo como algo puramente objetivo, sino que ve todo el mundo como subjetivamente relacionado consigo mismo, sostenido por él mismo. Y a medida que lo eleva, ¿sabes qué ocurre? Florece dentro de sí.
Cuando este ojo mío se abrió por primera vez, vi al hombre tal como lo vio el profeta: lo vi como un árbol que camina. Algunos eran apenas como astas pequeñas de un ciervo, otros eran majestuosos en su follaje, y todos los que estaban verdaderamente despiertos se hallaban en plena floración.
Estos son los árboles en el jardín de Dios. Como se nos dice en el antiguo lenguaje de la revisión, en el capítulo 61 del Libro de Isaías:
“Ve y da belleza en lugar de ceniza, da gozo en lugar de luto, manto de alegría en lugar de espíritu abatido, y serán llamados árboles de justicia, plantío de Jehová, para gloria suya.” [Isaías 61:3]
Eso es lo que todo hombre debe hacer: eso es la revisión.
Veo ceniza cuando el negocio se ha perdido; cuando parece que no puede redimirse ni levantarse, cuando las condiciones son malas y todo se ha vuelto ceniza. Pon belleza en su lugar.
Imagina clientes saludables, saludables en sus finanzas, saludables en su actitud hacia ti, saludables en todo sentido. Míralos disfrutando comprar contigo, si eres comerciante; si eres obrero de fábrica, no veas nada que te despida, levántalo, pon belleza en lugar de ceniza, porque eso sería ceniza si te despidieran teniendo una familia que alimentar.
Si alguien está de luto, pon gozo en lugar de luto; si alguien tiene el espíritu abatido, pon manto de alegría en lugar de espíritu de pesadumbre. Y al hacer esto, al revisar el día, te das la vuelta, y al darte la vuelta, te elevas, y todas las energías que descendían mientras dormías: ciego y profundo en el sueño, ahora ascienden, y te conviertes en un árbol de justicia, un plantío para gloria de Dios.
Porque los he visto caminar sobre esta tierra maravillosa, que es en verdad el Jardín; solo que nos hemos dejado fuera de él por nuestro concepto del yo, y así hemos vuelto nuestra mirada hacia abajo.
Como se nos dice en el Libro de Daniel, éramos una vez ese árbol glorioso, y fue derribado hasta la misma base. Aquel árbol que antes daba sombra a las naciones, alimentaba a los pueblos, daba abrigo a las aves y refugio a los animales del calor del día…
De pronto, una voz habló desde dentro y dijo:
“Déjalo así; que permanezca como está, pero no toques las raíces. Yo lo regaré con el rocío del cielo, y al regarlo con el rocío del cielo, volverá a crecer; pero esta vez crecerá conscientemente, sabrá qué es realmente y quién es.
En el pasado fue majestuoso, pero no tenía conciencia de su majestad, y yo lo derribé, esa fue la caída del hombre.
Y ahora, brotará una vez más desde su interior, y será un árbol que camina, un árbol glorioso y maravilloso.”
Para quienes aún duermen profundamente, esto puede parecer demasiado sorprendente, tan sorprendente como lo fue la ecuación de Einstein; aquello también fue desconcertante.
Pero te digo: yo lo he visto, y lo sigo viendo. El destino del hombre es ser árboles en el jardín de Dios. Fueron plantados en la tierra con un propósito, y no permanecen siempre como hombres, pues son transformados cuando se vuelven hacia adentro y se elevan hacia arriba.
Éste es el verdadero significado de la transfiguración. Se produce una metamorfosis completa, como la del gusano que se convierte en mariposa. No permaneces siendo lo que pareces ser mientras el hombre duerme, y no existe imagen más gloriosa en el mundo que la de este ser humano viviente y animado, en quien cada rama es una extensión de sí mismo llamada “otro”; y cuando eleva al otro, esa rama no solo brota de hojas, sino que florece, y los seres humanos vivientes que florecen son las flores del árbol del hombre que ha despertado.
Ése es mi mensaje para ustedes este año: se los entrego para despertar en ustedes aquello que aún duerme, pues el Hijo de Dios duerme en el hombre, y el único propósito de la existencia es despertarlo.
No se trata de despertar esto por muy agradable que parezca ser, porque este hombre de los sentidos no es más que una envoltura: se le llama el primer hombre, pero el primero será el último, y el último será el primero.
Así como Jacob, que nació segundo del vientre de su madre, tomó el lugar de su hermano Esaú” , que nació primero. Esaú era el del cuerpo cubierto de piel y de vello, mientras que Jacob era un muchacho de piel suave; pero aquel que vino segundo se convirtió de pronto en señor de todas las naciones, y ese mismo duerme en todo hombre nacido de mujer.
Y es deber del maestro, o de una verdadera religión, despertar a ese hombre, no hablar de otro mundo, ni hacer promesas que se cumplirán después de la tumba, sino decirle que, al despertar, está en el cielo, que el Reino ha llegado ahora, hoy, en la tierra.
Porque a medida que despierta, revisa su día, revoca su día, y proyecta una imagen más hermosa sobre la pantalla del espacio.
✧ Fuente: Cool Wisdom Books
© Traducción al español por Indira G. Andrade · La Mente Creadora. Todos los derechos reservados.
En La Mente Creadora encontrarás la obra completa de Neville Goddard en español, organizada paso a paso en orden cronológico.
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