Neville Goddard – Meditación (1951)
Traducción fiel al español · Primer archivo digital de Neville Goddard organizado cronológicamente.
Muchas personas me dicen que no pueden meditar. Para mí, esto es como decir que no pueden tocar el piano después de haberlo intentado una sola vez. La meditación, como todo arte o expresión, requiere práctica constante para obtener resultados perfectos.
Un verdadero gran pianista, por ejemplo, sentiría que no podría tocar lo mejor posible si se saltara un día de práctica. Y si dejara de practicar una semana o un mes, sabría que incluso su audiencia más inexperta notaría sus defectos. Así ocurre también con la meditación. Si practicamos cada día, con alegría en este hábito diario, la perfeccionamos como un arte.
He visto que quienes se quejan de la dificultad de meditar no hacen de ella una práctica diaria, sino que esperan hasta que algo urgente aparece en su mundo y entonces, con un acto de voluntad, intentan fijar su atención en el estado deseado. Pero no saben que la meditación es la educación de la voluntad, pues cuando la voluntad y la imaginación entran en conflicto, la imaginación siempre termina venciendo.
Los diccionarios definen la meditación como fijar la atención en algo; como planear en la mente; como idear y proyectar; como entregarse a un pensamiento continuo y contemplativo. Se han escrito muchas tonterías sobre la meditación. La mayoría de los libros sobre el tema no llevan al lector a ninguna parte, porque no explican el proceso mismo de la meditación.
En realidad, la meditación no es más que imaginación controlada y una atención bien sostenida. Basta con mantener la atención en cierta idea hasta que ésta llene la mente y expulse todas las demás del campo de la conciencia. El poder de la atención se muestra como la garantía segura de una fuerza interior. Debemos concentrarnos en la idea que queremos realizar, sin permitir distracción alguna. Este es el gran secreto de la acción.
Si la atención se dispersa, tráela de nuevo a la idea que deseas realizar, y hazlo una y otra vez, hasta que la atención quede inmovilizada y se fije sin esfuerzo en la idea que se le presenta. La idea debe retener la atención, debe fascinarla, por así decirlo. Toda meditación culmina finalmente en el pensador, quien descubre que es aquello que él mismo ha concebido.
La atención del hombre indisciplinado es sierva de su visión, en lugar de su dueña. Se deja cautivar por lo urgente en lugar de lo importante.
En el acto de meditar, como en el acto de adorar, el silencio es nuestra suprema alabanza. Conservemos nuestros santuarios de silencio, porque en ellos se preservan las perspectivas eternas. Día tras día, semana tras semana, año tras año, en momentos en los que ni por amor ni por intenciones menores permitía que algo interfiriera, me dispuse a alcanzar dominio sobre mi atención y mi imaginación.
Busqué la forma de afianzar en mí aquellos resplandores mágicos que surgían y se desvanecían en mi interior. Quise evocarlos a voluntad y ser el dueño de mi visión.
Me esforzaba por mantener mi atención fija en las actividades del día con concentración inquebrantable, de modo que, ni por un instante, se relajara esa concentración. Esto es un ejercicio, un entrenamiento para aventuras más altas del alma. No es una labor ligera. El trabajo del labrador en el campo es mucho más fácil.
Ningún imperio envía legiones con tanta prisa para sofocar una revuelta; así de veloz, todo lo que está vivo en nosotros se precipita por las autopistas nerviosas del cuerpo para frustrar nuestro ánimo meditativo. El bello rostro del ser amado resplandece ante nosotros y nos hechiza, apartándonos de la tarea. Viejas enemistades y temores nos asedian. Y si nos dejamos tentar por estas visiones, descubrimos, después de una hora de ensoñación, que hemos sido desviados. Hemos abandonado la tarea y olvidado aquella fijeza de atención que nos propusimos alcanzar.
¿Qué hombre existe que tenga completo dominio de su imaginación y su atención?
Una imaginación controlada y una atención firme, repetidamente enfocada en la idea que se desea realizar, es el comienzo de toda operación mágica. Si persevera durante semanas y meses, tarde o temprano, mediante la meditación, creará en sí mismo un centro de poder.
Entrará en un sendero que todos pueden transitar, pero que pocos recorren. Es un sendero dentro de sí mismo, donde los pies tropiezan al inicio en sombras y tinieblas, pero que más tarde se ilumina con una luz interior. No se requieren dones especiales ni genialidad alguna.
En La Mente Creadora encontrarás la obra completa de Neville Goddard en español, organizada paso a paso en orden cronológico.
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