Por Agua y por Sangre · Neville Goddard (1956)
Explica el significado interno de “nacer del agua y del espíritu” como proceso de transformación interior.
24 de junio de 1956
Mi tema esta mañana está tomado de la Primera Epístola de Juan. Ahora bien, estas veintiún cartas (o como las llamamos, epístolas) no están realmente dirigidas a individuos ni a grupos. Son misterios, como lo es toda la Biblia.
Ya sea que la Biblia, en el Antiguo Testamento, cuente la historia en forma de relato histórico, o la presente como parábola, o en forma de carta, en todos los casos son revelaciones de la mente de Dios expresadas en simbolismo.
No pretendo poder darte una interpretación exhaustiva de ninguna historia de la Biblia, porque siendo revelaciones de la mente del Infinito, ninguna interpretación podría ser jamás exhaustiva. En un nivel puede ser cierta, y luego, cuando tú y yo expandimos nuestra conciencia, volvemos a leer esa misma carta y la vemos de otro modo. Una expansión mayor de conciencia nos hace, aun cuando la releamos por quincuagésima vez, verla bajo una nueva luz. Así que, en la interpretación de esta mañana, intentaré mantenerla en un nivel lo más práctico posible.
En la Primera de Juan, capítulo 5, se nos dice:
“Este es Jesucristo, que vino mediante agua y sangre; no mediante agua solamente, sino mediante agua y sangre.” - [1 Juan 5:6]
Estos son símbolos del nacimiento. Todo nacimiento natural en este mundo va acompañado del fluir del agua y de la sangre. El pasaje intenta hablarle al individuo de un cierto misterio del nacimiento, pero utiliza la palabra Jesucristo, que es el símbolo de un nacimiento verdaderamente misterioso: algo que surge de la nada.
Ese es el misterio: vida que brota de la muerte. El hombre no puede concebirlo. ¿Cómo puede surgir algo vivo de aquello que está muerto? ¿Cómo puede surgir algo de la nada?
El hombre lo acepta en el mundo mineral, porque si retrocede lo suficiente en el tiempo empujando el misterio hacia un pasado remoto, acepta el hecho de que en algún momento, de una forma que la ciencia moderna aún desconoce, de la sustancia inorgánica surgió el organismo.
Le dará un pequeño nombre: “una ameba” y con eso calmará su mente. Pero se detiene allí. No quiere admitir que ha afirmado que hubo una sustancia inorgánica, o nada, o algo muerto, de lo cual surgió la vida.
No quiere enfrentarse a ese problema, así que lo deja a un lado, salta páginas de la historia y pasa a algo un poco más complejo. Entonces enseña la evolución desde ese punto. Pero cuando retrocede lo suficiente, no encuentra respuesta al surgimiento de la vida desde la nada o desde la muerte.
Así que aquí está el misterio: viene por agua y por sangre, no solo por agua, sino por agua y por sangre.
Este es el gran misterio de la encarnación, la muerte y la resurrección. ¿De qué encarnación hablamos? ¿De qué muerte y de qué resurrección? La mente, de inmediato, piensa en hechos ocurridos hace dos mil años, y creemos que esa fue la gran revelación. Pero antes de adentrarme en el misterio, permíteme citarte el último versículo de este maravilloso capítulo 5:
“Hijitos, guardaos de los ídolos.” - [1 Juan 5:21]
No importa cuánto lo justifiquen las autoridades ni cuán persuasivamente te digan que esta es la imagen de tu Salvador revelada a través de la mente de un santo o de un gran artista, se te advierte en este capítulo que te mantengas libre de los ídolos, en armonía con el segundo mandamiento:
“No te harás imagen tallada alguna del Señor tu Dios.” - [Éxodo 20:4]
Por más que lo justifiquen las autoridades o la sociedad ortodoxa, se te pide que no fabriques nada externo a tu propia mente ni te inclines ante ello como poder creador, porque aquí se intenta revelar el verdadero poder creador que está en el hombre. Ese poder duerme en el hombre como su mente pasiva.
A medida que el misterio se despliega, esa mente pasiva despierta a su estado activo, y el nacimiento de la mente activa es verdaderamente la resurrección de Cristo en el hombre. Es Cristo en el hombre. Cristo en el hombre es la esperanza y la gloria.
Ahora bien, en otro versículo Él te pone a prueba. Te pide que pidas cualquier cosa en este mundo en Mi nombre, para que el Padre te la dé.
No limitó tu deseo a una sola cosa; dijo:
“Pide cualquier cosa que desees en mi nombre, y el Padre te la dará.” - [Juan 16:23]
Si tomas esto literalmente, como escuché miles de veces en oraciones dentro de mi propio hogar, criado en un ambiente cristiano solíamos bendecir los alimentos, y mi madre invariablemente era quien decía la oración. Siempre terminaba con las palabras: “Por amor de Jesús, amén.” Pero nada ocurría. Comíamos la comida y la disfrutábamos.
Y así también se elevan largas oraciones verbales a Dios pidiendo algo, siempre terminando con: “Por amor de Jesús, amén.”, pensando que al decirlo “por su amor” tentaríamos al Padre a concedérnoslo. ¿Acaso no dijo: “Cualquier cosa que pidáis en mi nombre, el Padre os la dará”?
Lo pedimos una y otra vez en ese nombre, y nada sucede. Por tanto, no se comprendió el misterio. Entonces, ¿cuál es el misterio? Este Jesucristo, que vino no solo por agua, sino por agua y por sangre.
Lo hemos llevado al terreno más práctico del mundo: algo que surge de la nada, vida que brota de la muerte.
Concibe algo que deseas. Tan solo piensa en eso. El mero acto de pensar en algo, una concepción nacida sin la ayuda de otro, ¿no es acaso una concepción inmaculada?
No intervino nadie más en la formulación de tu deseo. Ahora deseas realizarlo. Está claro en el ojo de tu mente; es una concepción santa, una concepción virgen.
¿Puedes hacer que eso que aparentemente no existe, que es inexistente, que en realidad no tiene existencia, cobre forma? ¿Puedes encarnarlo? Porque este es el misterio de la encarnación que viene por agua y por sangre.
Aquí hay un nacimiento que podría tener lugar si estoy dispuesto a darle paternidad humana. Debo darle paternidad humana. No puede nacer por sí mismo; a menos que yo mismo me convierta en ello, no puede nacer. Así que deseo ser algo diferente de lo que ahora soy.
Ahora, ¿qué es el agua? El agua es el gran misterio, la gran verdad psicológica que debo descubrir, y que me permitirá, si la acepto, vivir una vida conforme a esa verdad y dar expresión a mi deseo. Porque el agua es la verdad, y la sangre es la aplicación de esa verdad.
Puedo conocer todos los misterios del mundo, y aun así no vivir conforme a ellos: seguir viviendo como siempre, aceptando pasivamente las apariencias de mis sentidos como hechos, y las dictaduras de la razón como mi guía. Puedo escuchar una conversación, leerlo en un libro, o escucharlo en un lugar como este, un domingo por la mañana: que si deseas algo intensamente, si realmente lo deseas, y tienes una imagen mental clara de lo que quisieras ser, de lo que quisieras lograr, o de lo que quisieras que un amigo alcanzara, sabes exactamente lo que deseas en este mundo, esta es el agua por la cual puede nacer.
Pero no puede nacer solo del agua; debe nacer del agua y de la sangre. Así que te doy el agua: cuando sabes lo que quieres, haz una representación tan vívida y tan real como puedas de lo que verías, de lo que oirías y de lo que harías si estuvieras físicamente presente y te movieras realmente en esa situación.
Pongamos un ejemplo. Supongamos que deseo cierto apartamento, o una casa, o un negocio. Tomemos uno solo para no confundirnos: el apartamento. La razón me dice que no puedo permitírmelo. La razón me dice que no tengo suficiente mobiliario para un apartamento tan grande. La razón me dice mil cosas que niegan la posibilidad de realizarlo. Pero aun así, lo deseo. Esto es lo que te doy en forma de agua, porque algo debe surgir de la nada y la vida brotar de la muerte.
Para encarnar ese estado, lo hago real. Lo extraes, aparentemente, de un estado inexistente, por lo tanto algo de la nada. Y al hacerlo real, al encarnarlo y volverte consciente de él, y él consciente de ti, estás sacando vida de la muerte.
Ahora bien, esto es lo que haces. Hay una muerte implicada, pero no es la clase de muerte que los hombres llaman muerte. Es una muerte: un cambio radical de estado mental. Abandonas por completo la creencia de que no vives en ese lugar. Eso, para la razón, es irracional. Pero eso es precisamente lo que se te pide hacer: negar por completo la evidencia de tus sentidos y asumir con valentía que ya estás en el estado que deseas ocupar. Allí moras, en un estado que la razón niega.
Moras en una suposición que tus sentidos desmienten. Eso no es solo el agua. Si lo haces, estás aplicando la sangre. Cuando se te dice que lo hagas, se te da la verdad, porque funciona. Esa agua, si logras añadirle la sangre, hará que el estado invisible se manifieste en el mundo visible, y lo que aparentemente no existe se cristalizará y se solidificará en hecho.
Pero si solo lo sabes, como muchos lo sabemos, y crees que el mero conocimiento basta, vendrás aquí un domingo y disfrutarás intensamente de esta maravillosa hora: la música, el mensaje, la meditación, la sensación de compañerismo que se encuentra aquí… Y todo será un deleite por una hora. Pero tal conocimiento no puede hacer nacer a Cristo Jesús.
En este estado Cristo Jesús (ahora lo analizaré para ti), en un plano inferior, la palabra Jesús (hebreo: Jeshua) significa salvación, salvar. Así que, si deseo algo y no lo realizo, simplemente continúo una vida de frustración. Si realizo mi objetivo, he sido salvado de la frustración.
Tomemos un ejemplo simple: supón que necesito un traje porque carezco de ropa. Si no logro tenerlo, no he sido salvado de mi desnudez. Si consigo el traje, he sido salvado. Porque este es un Salvador total, no solo un hombre.
Si tuviera sed de agua, agua literal, una conferencia no calmaría mi sed. Si tuviera hambre de alimento, alimento real, la revelación más maravillosa no saciaría en realidad mi hambre. Así que Jesús es todo-inclusivo: significa todo lo que deseas. Él es eso, porque si encarnas tu deseo, encarnas a tu Jesús. Ahora bien, para encarnar a Jesús, no basta con saber qué hacer. Solo puede encarnarse aplicando ese conocimiento. El conocimiento de qué hacer se llama agua, el agua de la verdad; pero el uso amoroso de esa verdad es lo que se llama el fluir (o derramamiento) de la sangre.
Aquí encontramos los símbolos que siempre acompañan al nacimiento, aquellos que se presentan en este misterio. Se te dice que el límite está dentro de ti. Tú estableces el límite; no hay límite alguno.
“Cualquier cosa que desees, pídela en mi nombre,”
porque nombre significa simplemente naturaleza.
Si yo quisiera estar en una casa y sentir que soy quien la habita, hay un cierto sentimiento, una cierta naturaleza que le pertenece. Debo apropiarme de ella como si fuera verdadera. Aquí se me pide dar vida a algo que surge de un estado muerto. Porque si te contara lo que he hecho, pondrías en duda mi cordura y sentirías que intento expresar algo que estoy sacando de la nada. Porque no puedes verlo: no me ves en la casa, no me ves realmente viviendo y disfrutando la vida que sabes que deseo disfrutar.
Así que, si persisto en esa suposición y tú conocieras mi persistencia, podrías pensar que me encamino hacia una forma de locura. Pero si mañana la casa se convierte en un hecho encarnado, y yo soy su ocupante, entonces tú lo mirarás con calma e intentarás justificarlo trazando su aparición hasta una causa visible.
Verás que, de algún modo desconocido para ti, mis recursos fueron elevados, que de alguna manera me volví más apto para esa casa, y atribuirás el hecho a un cambio en mi fortuna; lo atribuirás a un cambio en algo de mi mundo, pero no rastrearás esos cambios hasta la suposición invisible en la que habito.
Así que, como nos dice el místico en Hebreos 11:
“Las cosas que se ven no fueron hechas de cosas visibles.” - [Hebreos 11:3]
El hombre se niega a aceptarlo, por eso toma todo lo que hay en su mundo e intenta rastrearlo hasta alguna causa visible, incluso con la ayuda de su microscopio. Observa a través de él para probar, a su propia satisfacción, que existe una causa tangible y visible; o se lanza al espacio con su telescopio. Necesita encontrar en el mundo exterior las causas de los cambios que ve en el mundo exterior. No puede creer que todo el vasto mundo externo está sostenido desde dentro.
Y si permanecemos solo en la superficie, mirándolo desde fuera, tratando de analizarlo y comprenderlo desde fuera, y todo lo que parece estar fuera, aunque parezca allí, en realidad no lo está. Todo proviene del interior, todo dentro de la mente del hombre, y ese es el misterio.
Por eso, no hagas ídolo alguno, sin importar quién te lo presente, ni qué hombre santo te diga que es algo maravilloso que te bendecirá. No hay bendición en los estados externos. No te inclines ante nada fuera de ti. A lo largo de los siglos nos hemos preguntado por qué cierta clase de gente nunca llegó a ser grandes escultores, grandes pintores o grandes maestros religiosos.
Tal vez fue porque tomaron muy en serio el segundo mandamiento:
“No tallen imágenes, ninguna, ante de mí.” - [Éxodo 20:4]
No hagas nada esculpido, nada objetivo, como imagen de tu Padre que es libre, porque Yo soy Espíritu.
“Si has de adorarme, adórame en espíritu y en verdad,”
Pero no en nada a lo que puedas volverte y ante lo cual puedas doblar la rodilla, sea una iglesia, una sinagoga o una estatua colgada en tu pared. Él no está allí. Está en tu mente. Está alojado dentro de ti. Allí está el Dios viviente dentro del templo, y ese templo es el hombre.
“Vosotros sois el templo del Dios viviente.” - [2 Corintios 6:16]
Así que cuando hablo del agua y de la sangre, no hablo de cosas que puedan verse con los ojos, como el agua y la sangre. Son funciones de la mente representadas simbólicamente, y la primera función comienza con el agua. Primero debo saber qué hacer antes de poder hacerlo; por eso, el agua viene primero.
Él toma el agua y la pone en una jarra de piedra, dándole algo parecido a una forma; y de esa jarra de piedra llena de agua extrae, no agua, sino que la transforma: extrae vino, es decir, sangre.
Aquí está el primer milagro: sé qué hacer. Tomo este pequeño mundo mío, que es piedra, y de él extraigo algo que no se ve. No es tan sólido como la piedra, lo llamo agua. Veo algo que da origen a todo esto, y sé cómo se trae a la existencia.
Que un hombre viva en el lujo no debe juzgarse severamente porque él lo tenga y tú no. Él vive en un estado de conciencia que se solidifica en la forma que ahora ves y llamas vida de opulencia. Uno que vive en un estado de salud, uno que es reconocido, uno que ha logrado algo, uno que contribuye mucho al mundo… no los juzgues. Son estados hechos visibles.
Descúbrelo, si puedes. Entra en un estado similar. Él no ocupa el único estado que existe en el mundo.
Hay infinitos estados, y si intentas siquiera duplicar ese estado (si puede ser duplicado, o si puedes acercarte a él, o incluso superarlo), descubre dentro del ojo de tu mente lo que realmente quieres.
No le envidies. Déjalo ser, pues está aplicando la Ley. Tiene derecho a todo lo que en este mundo que pueda concebir, desear, asumirse dentro de ello y vivirlo, porque el hombre vive en un mundo infinito de estados invisibles, y cada individuo sabiamente o tontamente ocupa un estado.
Mientras permanezca fiel a ese estado, el estado se exteriorizará y se convertirá en las circunstancias y condiciones de su vida. En el momento en que se desprenda en conciencia de ese estado, las cosas que antes disfrutaba desaparecerán de su mundo.
Ahora bien, si todo en mi mundo depende de un estado de conciencia, sería el colmo de la insensatez buscar la cosa antes de fijar dentro de mí el estado del cual depende, porque aquello que requiere un estado de conciencia para producir su efecto no puede producirlo sin ese mismo estado de conciencia.
Así que, cuando sé lo que quiero, sostengo que existe un estado de conciencia invisible. El mundo llama a ese estado invisible una nada inexistente. Ni siquiera pueden llamarlo “algo”, pues para ellos no tiene existencia ni realidad. Ese es el misterio: un hijo engendrado por sí mismo, concebido sin la ayuda de otro y llevado fielmente en el seno de Dios, que es la mente del hombre. Fue puesto allí sin la ayuda de nadie, por el deseo del hombre. Esa fue la concepción inmaculada; esa es la concepción virgen.
Ahora viene el nacimiento virgen. ¿Puedo traerlo desde su estado invisible y hacerlo un hecho tangible dentro de mi mundo? ¡Pruébalo! Cuando lo intentes con una cosa y tengas éxito, lo intentarás con dos, con cuatro, con ocho, y así sucesivamente, hasta que el gigante dormido en el hombre, el Hijo de Dios en el hombre llamado Cristo despierte.
Despertará al pasar del estado pasivo al estado activo. El estado pasivo es la rendición total y absoluta del hombre ante las apariencias, vivir creyendo que la vida está fuera. Y se mueve desde ese estado de rendición y creencia en las causas externas hacia el estado activo, donde somete todo a aquello dentro de sí mismo que es su imaginación despierta. Él imagina una cosa como verdadera, se convence de que es así, y camina fiel a su suposición.
Entonces comprenderás por qué, en Romanos 14, se nos dice:
“Que cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.” - [Romanos 14:5]
No la persuadas a ella; déjala tranquila, persuádete tú mismo de los cambios que deseas ver expresados en ella. Si deseas un cambio en tus relaciones ya sea en el hogar o en el trabajo, no discutas, no intentes convencer a nadie. “Que cada uno esté plenamente convencido en su propia mente.”
¿Puedo persuadirme de que tú eres como deseo verte? Entonces, en la medida en que pueda persuadirme de ello, tú te ajustarás en el mundo externo a esa persuasión. Pero si espero ver los cambios afuera antes de comenzar el cambio dentro de mí, lo más probable es que espere en vano.
Tú mismo puedes desear ciertos cambios, y tal vez yo vea que cambian en mi mundo, pero eso no habrá ocurrido porque yo haya pasado a un estado activo. Seguiré siendo un simple reflejo. Y la mayoría de nosotros en este mundo reflejamos la vida.
El propósito de una iglesia como esta es que dejemos de reflejarla y comencemos a afectarla. Si influyo en ella, Cristo ha despertado en mí. Si solo la reflejo, entonces duermo con Adán. Y el propósito es pasar del sueño de Adán al despertar del Hijo de Dios, llamado Cristo.
Adán también es llamado hijo de Dios, pero en un estado de profundo sueño. Y se mueve desde ese estado de sueño o estado pasivo de la mente, hacia el estado activo entonces es llamado Jesucristo. Pero tal estado no puede nacer solamente por el conocimiento de lo que hay que hacer, solo puede nacer si tal conocimiento es aplicado.
Si tomo un poquito de esto, aunque nunca más volviera aquí, tomara lo aprendido esta mañana y lo aplico, ese conocimiento será mucho más fructífero que mucho conocimiento acumulado domingo tras domingo y que no es aplicado. Así que tienes toda el agua del mundo y por agua me refiero a las verdades espirituales, pero nunca las has aplicado, entonces no estarás más cerca de comprobarlo de lo que estás ahora.
Sin embargo, si tomas tan solo una gota de esta agua y sales a probarla incluso con la intención de refutarla, para refutarla deberás probarla con seriedad y sinceridad. Y si la pruebas, no podrás refutarla.
Al contrario, te sentirás animado a beber más agua, y aún más, hasta provocar el nacimiento de tu Salvador. Y tú decides qué será hoy tu Salvador, aquello que te rescatará de tu situación actual: puede ser un trabajo, un aumento de ingresos, compañía, o algo que yo desconozco; pero sea lo que sea que hoy deseas (y que, mientras no lo obtengas, te hace sentir frustrado o limitado), eso te salvaría si lo tuvieras. Entonces, tómalo como tu Salvador. Mira dentro del ojo de tu mente y visualízalo claramente.
Y aunque parezca casi sacrílego para la mente ortodoxa, te digo que cuando ves claramente en tu imaginación el estado deseado ya sea para ti o para otro, en realidad estás mirando el rostro de Jesús, porque estás viendo el estado que puede salvarte de donde estás ahora o de lo que eres.
Pruébalo, y la mente se expandirá. Descubrirás no solo que prosperas en el mundo externo, sino que también comienzan a suceder dentro de ti revelaciones místicas, que son el verdadero propósito de esta enseñanza.
No se trata solo de provocar cambios interiores para ascender a niveles más altos de conciencia. El propósito de toda esta experiencia es despertar, desde el punto más bajo de la escala hasta el más alto.
Pues está ascendiendo hacia la cumbre, tal como se nos dice en la visión de Jacob:
“Y por encima de todo estaba Dios; sobre la escalera estaban los seres celestiales que subían y bajaban, y por encima de todos estaba Dios.” - [Génesis 28:12–13]
Así, el verdadero destino del hombre es alcanzar esa altura en la que pueda despertar como Dios.
Así que el misterio es este: Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios.
Descendió como hombre. Toma este mismo versículo y dale una interpretación más elevada. Aquí, Dios murió —sí, murió— para convertirse en hombre. La muerte de Dios es el olvido total del hecho de que Él es Dios. Tuvo que olvidarlo por completo, y así murió para despertar como hombre. Si recordara que era Dios, simplemente no podría ser hombre. Por eso su muerte fue total y absoluta: el olvido de que Yo soy Dios para llegar a ser hombre.
El poeta lo expresó maravillosamente al decir:
“Dios se hizo hombre para que el hombre llegue a ser Dios.”
Y añadió:
“Si no muriera, tú no podrías vivir; pero si muero, resucitaré de nuevo, y tú conmigo.”
Luego continúa preguntando al hombre:
“¿Podrías amar a quien nunca murió por ti, o podrías morir por quien no murió por ti?”
Así, el poeta encierra este misterio en una de las formas más sublimes de poesía en su libro Jerusalén, de William Blake.
Él revela a la mente que puede verlo, que tú, que te crees real solo porque eres visible, haces lo que el hombre pasivo está acostumbrado a hacer: rastrear tu origen hasta un germen.
Mientras creas que comenzaste como un germen, no serás más que un germen grande. Si crees que comenzaste como otra cosa, serás solo una versión ampliada de lo mismo. Porque todo final es fiel a su origen.
Pero si logro llevarte más atrás, hasta donde tus ojos no pueden ver, y conducirte al gran misterio de que fuiste verdaderamente engendrado por Dios, entonces si tu origen es Dios tu fin también es Dios.
Si tu origen es un insecto, tu fin será un insecto.
Así que tienes una “elección”. La mente pasiva, que en realidad es la mente científica, sigue insistiendo en buscar causas externas a sí misma. No puede hallar causas dentro de sí, mientras permanece en ese estado pasivo.
Te digo: el gran misterio es que surgiste de una aparente muerte. Fue una muerte. Dios murió para convertirse en hombre, porque deseaba la compañía de hombres convertidos en Dioses.
Como dijo el poeta:
“El hombre no debe permanecer hombre; su meta ha de ser más alta.”
Porque Dios solo acepta como compañía a Dioses.
Así que, en tu estado actual de mente pasiva, no puedes ser aún compañero de tu Padre, quien anhela y desea que cada hijo, cada criatura, despierte para convertirse en compañero de la Deidad.
Para lograrlo, Él tuvo que morir como Dios y convertirse en Su creación, con la esperanza de que esa creación despertara y llegara a ser Su compañera.
Pero, ¿ves?, nos dio un don tan grande… Me liberó por completo de la responsabilidad de regresar. No tengo que despertar; soy libre como el viento.
Me dio libertad total de voluntad. Puedo hacerme daño, puedo arruinarme, pero a causa de este don de Dios, el don de hacerme consciente, de darme vida, Él no puede intervenir para obligarme a despertar.
Puede llamarme a través de los hijos que ya han despertado, y ellos pueden llamar a su hermano dormido; pero, por esa misma ley, no pueden interferir ni forzarlo a despertar. Solo pueden apelar a él, insinuarle, inspirarlo de algún modo sutil… Pero el don fue absoluto.
Dios se dio a Sí mismo para llegar a ser yo, descubriéndose a Sí mismo como hombre.
Si creo que mi origen fue humano, entonces mi destino por grande o sabio que llegue a ser, seguirá siendo humano.
Pero si mi origen es Dios, mi destino es Dios. Y un día despertaré para descubrir este maravilloso misterio desplegándose dentro de mí.
✧ Fuente: Cool Wisdom Books
© Traducción al español por Indira G. Andrade · La Mente Creadora. Todos los derechos reservados.
En La Mente Creadora encontrarás la obra completa de Neville Goddard en español, organizada paso a paso en orden cronológico.
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