Todas las Cosas son Posibles · Neville Goddard · 1955
Cómo mover la realidad desde dentro: acción imaginaria, sentimiento asumido y el poder del estado somnoliento.
Escucha con atención esta historia. Está tomada del primer capítulo, versículo tres, del libro de Josué. Aquí está:
“Todo lugar que pise la planta de vuestro pie, os lo he dado.” (Josué 1:3)
¿Lo crees? Bueno, yo sé que es verdad. Yo lo he comprobado.
Esta historia no está dirigida a tu yo exterior; está dirigida a tu yo interior. La mayoría de los hombres ni siquiera saben que existe un yo interior, un yo real.
En el Nuevo Testamento se expone así:
“El hombre natural no percibe las cosas del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Corintios 2:14)
Se nos dice que el primer hombre, el hombre exterior, es de la tierra; el hombre interior, el segundo hombre, es el Señor del cielo.
Ahora bien, este libro del que acabo de leer la cita es el libro de Josué. La palabra Jesús es la forma griega de la palabra Josué; son idénticas en significado. Literalmente significan lo mismo.
Y todas las promesas de la Biblia están dirigidas a ese hombre interior, ese segundo hombre, que es el Señor del cielo. No al hombre exterior. El hombre exterior está limitado por la esencia de sus sentidos. Está limitado por lo que ellos le permiten, por lo que le dictan.
Pero el hombre interior no tiene limitaciones:
“Todo lugar que pise la planta de vuestro pie, os lo doy.” (Josué 1:3)
Ahora déjame mostrarte cómo se hace. Porque me encontré frente a lo que, en ese momento, parecía un problema enorme, una barrera imposible entre mi objetivo y yo. No había visto a mi familia en Barbados durante todos los años de la guerra. Así que, en el primer barco que salió de la ciudad de Nueva York rumbo a las Indias una vez terminada la guerra, viajé con mi pequeña familia hacia Barbados. Tomamos un barco que nos llevó a Trinidad, y desde allí volamos a Barbados.
Al llegar, mi hermano me preguntó cuándo pensaba regresar a Estados Unidos. Era 30 de enero, y después de volver a casa tras tantos años, me gustaría quedarme quizá hasta finales de abril y regresar alrededor del primero de mayo.
Entonces me dijo:
“Por supuesto, arreglaste tu regreso mientras estabas en Estados Unidos.”
Le respondí:
“No, no lo hice.”
Él dijo:
“Neville, ¿cómo pudiste salir de Estados Unidos, que es la capital del mundo, donde todo ocurre, especialmente en la ciudad de Nueva York, sin haber arreglado tu pasaje de regreso? Si había un lugar donde eso podía gestionarse, era en Nueva York. ¿Te das cuenta de que hay literalmente miles, decenas de miles de personas en todas las islas esperando un pasaje a Estados Unidos? Y la pequeña Barbados no tiene nada que ofrecer.
Solo hay dos barcos que cruzan estas aguas: uno sale de Boston y lleva ciento veinte pasajeros, y otro sale de Nueva York y lleva solo sesenta. Y me han dicho que todos los espacios, todo lo disponible, ya está comprometido hasta septiembre. Y estamos en enero. No solo el espacio está comprometido; hay miles de personas en lista de espera. Si pones tu nombre junto con tu familia de tres, quedarás al final de la lista. Te tomará dos años salir de aquí.”
No le dije lo que ahora te estoy contando. No quise inquietarlo. Porque él no conocía, ni estaba familiarizado, con esta técnica. No hice ningún esfuerzo por reservar pasaje; simplemente puse mi nombre al final de la lista. Pero no estaba preocupado. Era enero, y yo estaba en Barbados de vacaciones, así que no tenía por qué inquietarme ni arruinar mis vacaciones por falta de pasaje.
Quería regresar a Nueva York alrededor del primero de mayo. Así que esto fue lo que hice basándome en este conocimiento.
A finales de marzo vi el barco que zarpaba hacia Nueva York, saliendo de la bahía. Tenía una imagen mental clara de cómo era: un barco pequeño. Ese día, al regresar al hotel después del almuerzo, me senté en una silla cómoda en mi habitación, y esto fue lo que hice.
Sabía que, si el hombre interior podía ejecutar un acto, entonces el hombre exterior estaría obligado a duplicarlo. Porque siempre que la acción del ser interior corresponde a la acción que el ser exterior debe llevar a cabo para satisfacer un deseo, ese deseo tiene que manifestarse.
Así que elaboré una representación lo más viva y real posible de lo que vería, de lo que haría y de lo que oiría si estuviera físicamente presente en ese barco.
Bien, sabía que una cosa tendría que hacer si lograba embarcar. En Barbados no existe un puerto de aguas profundas, al menos no todavía. Así que todos los pasajeros deben subir a un pequeño barco en el muelle y alejarse quizá una milla, o tres cuartos de milla, mar adentro. Luego, ese pequeño barco se acopla al barco grande, bajan una pasarela y uno sube por ella hasta el barco principal. Ese era un acto que tendría que realizar si viajaba en ese barco.
Podía representarlo como un visitante, pero las emociones de alguien que realmente vive allí son distintas a las emociones de quien solo está de visita. Así que tenía que adoptar una especie de emoción mezclada; porque era una escena bastante peculiar: dejaba atrás una familia maravillosa y numerosa, a la que no había visto en seis años, aunque regresaba a un hogar que amaba en la ciudad de Nueva York.
Me alegraba volver, me alegraba estar zarpando, pero me entristecía partir: esa clase de sentimiento que combina la alegría y la pena.
Tal como dijo el profeta:
«Alegría y pena se tejen finas, un manto para el alma divina.» (William Blake, Auguries of Innocence)
Así que comprendí perfectamente a qué se refería: a la experiencia de mezclar esas dos emociones hasta convertirlas en una dulce, dulce tristeza.
Con la imagen en mi mente de lo que tendría que hacer, me senté en una silla como en la que estoy sentado aquí.
Primero provoqué un estado de sueño, y la razón es esta:
Se nos dice en el libro de Job:
“En un sueño, en una visión nocturna, cuando el sueño profundo cae sobre los hombres, cuando dormitan en su lecho, entonces Él abre los oídos de los hombres y sella su instrucción.” (Job 33:15–16)
Yo sabía que Aquel que “sella” estaba dentro de mí, porque Dios está en el hombre, no fuera del hombre. Dios está en ti. Así que lo que hay en mí tendría que ser mi propia y maravillosa Yo-Soidad. Ese es el Dios en el hombre, la conciencia del hombre. Y ese hombre interior es su hijo, su único hijo engendrado y amado, que es mi imaginación.
Sentado en aquella silla provoqué un estado somnoliento, ese estado adormecido, como de ensueño, que roza el borde del sueño. Pero debes inducirlo solo hasta cierto punto; si lo llevas demasiado lejos, te duermes, y entonces pierdes el control de la dirección de tu atención. Eso es algo que debes mantener siempre, y debe estar bajo tu control, no bajo el control de otro.
Tuve que inducir ese estado, pero solo hasta un cierto punto, y justo antes de quedarme dormido detuve ese estado.
Podrías decir que la conciencia se parece a un océano, a una marea que baja y sube. La marea baja es el momento en que mis facultades críticas están en pleno ejercicio; sé exactamente dónde estoy sentado en el estudio y lo que estoy haciendo. Ese no es el estado de la marea alta, cuando ya no sé lo que hago, la inconsciencia del sueño.
Pero entre esos dos extremos, la marea alta de la inconsciencia del sueño y la marea baja en la que todas las facultades críticas están activas, hay innumerables estados intermedios. Yo necesitaba un estado que rozara el sueño. Y como estaba pensando en una marea, recordé que la marea alta levanta al hombre con facilidad por encima de los barrotes de los sentidos, donde ha permanecido atrapado durante tanto tiempo.
Así que yo estaba atrapado por mis sentidos, porque ellos me decían que no podía salir de la isla. Todo lo que oí decir a mi hermano, lo que oí decir a mi padre, confirmaba mis sentidos. Porque aquí estaba yo, atrapado en los barrotes de mis sentidos.
Pero sabía que podía elevarme por encima de lo que ellos sabían, por encima de lo que mi hombre exterior sabía, de lo que mis facultades críticas sabían, y realmente zarpar rumbo a mi lugar en la ciudad de Nueva York.
Así que lo único que quería era ejecutar un acto que realmente implicara que yo estaba allí. Con eso claro en mi mente, me senté en aquella silla cómoda e induje el estado somnoliento; y justo antes de perder el control de la dirección de mi atención, inicié la acción en mi imaginación.
Y esto fue lo que elaboré:
Sentí que caminaba por la pasarela, y me parecía real. Y luego, en lo alto del barco, sosteniéndome del pasamanos, podía mirar hacia atrás, hacia la pequeña ciudad de Bridgetown, y sentir esa tristeza… y sin embargo una dulce tristeza, porque estaba feliz de estar zarpando.
Así que asumí que ponía el pie sobre la pasarela, y luego, paso a paso, subía toda la pasarela, haciéndolo tan natural y tan real como me era posible. A cada paso le di toda la solidez que podía reunir, toda la viveza sensorial que podía poner en esa acción.
Cuando llegué a la parte de la escalera imaginaria, que es la pasarela, me di cuenta de que me había desviado de mi tarea. Porque me había asignado la tarea de subir la pasarela, sosteniéndome de la pasarela. Entonces descubrí que me había ido por completo; ya no estaba en un barco.
Cuando me di cuenta de que simplemente me había alejado de mi objetivo, regresé al primer peldaño de esa pasarela. Y allí lo repetí una y otra vez. Lo hice una y otra y otra vez hasta que esa acción tomó los tonos de la realidad. Cuando me pareció normal y naturalmente real, sentí que la estaba ejecutando de la manera correcta.
Así que seguí haciéndolo y, entonces, me quedé profundamente dormido en el acto de subir la pasarela.
Esto ocurrió un jueves por la tarde, diría que entre las dos y media y las tres. A la mañana siguiente, viernes, a las diez treinta y cinco, la Alcoa Steamship Company me llamó y me ofreció pasaje en la siguiente salida, que era el día veintiuno de abril, lo que me pondría de regreso en la ciudad de Nueva York el primero de mayo.
Y sé por mi propia experiencia que esto es verdad:
“Todo lugar que pise la planta de vuestro pie, os lo doy.” (Josué 1:3)
Si ahora pudieras concebir qué harías si ya tuvieras aquello que quieres ser en este mundo, y luego, habiéndolo concebido con claridad, como una representación vívida de exactamente lo que verías y harías, entonces hazlo. Hazlo una y otra vez hasta que te parezca real. Y mientras lo estés haciendo, en ese estado soñoliento y adormecido, permite que el sueño profundo te alcance en el acto de hacerlo.
Cuando desperté, ya fuera al día siguiente o cinco minutos después, y en mi caso desperté quizá media hora más tarde, estaba interiormente ensayado en lo que iba a suceder.
Todas las personas que interpretaron sus papeles, el agente de la naviera y todos los que intervinieron en el barco, fueron espectadores dentro de mi sueño. Yo hice mi sueño tan real que, por su presencia física, quedaron vinculados a él. Y, al estar vinculados, fueron atraídos a mi drama y tuvieron que desempeñar sus papeles.
No pensé en el nombre del capitán, ni en el del sobrecargo, ni en el de ninguna persona que pudiera viajar como pasajera. No me preocupé por cómo ocurriría; sabía que tenía que ocurrir. Y en menos de veinticuatro horas tuve la confirmación de mi pasaje tal como lo había deseado.
Como hombre exterior buscando, no pude encontrarlo. Pero el hombre interior sí puede encontrarlo. Esto se basa en el principio sencillo de que, siempre que la acción del hombre interior corresponde a la acción que el hombre exterior debe realizar para cumplir su sueño o saciar su hambre, esa acción tiene que manifestarse en el mundo exterior. Yo lo sé.
Cuando regresé a la ciudad de Nueva York conté mi experiencia a mis oyentes en el Town Hall. Un hombre presente dijo para sí, no me lo dijo a mí, se lo dijo a sí mismo:
“Voy a refutar este principio. Lo haré esta noche.”
Y esto fue lo que hizo:
No había subido una escalera en años; no tenía ninguna razón para hacerlo. Pero esa noche, precisamente porque no la había subido en tanto tiempo, decidió usar eso, pues no había motivo alguno para subir una escalera. Así que se sentó en su silla cómoda, tomó una escalera imaginaria y la subió. La subió una y otra vez, subiendo la escalera hasta quedarse profundamente dormido en el acto de subir una escalera.
Cuatro días después visitó a una amiga a la que no veía en años y ella le pidió, como un caballero, si no le importaría subir una escalera y acomodar un cuadro que estaba fuera de su alcance. Él no se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo hasta que estuvo en lo alto de la escalera y vio la evidencia. Cuando comprendió que había comprobado el principio, se emocionó tanto que casi se cae.
Así que no trates de refutarlo. No subas una pequeña escalera con dudas. Si lo intentas con intención de refutarlo, acabarás demostrando que es verdad.
Más bien colócate en algún estado grande y noble; sé un hombre maravilloso, una mujer maravillosa, seas quien seas. Sé noble. Construye un pequeño drama que implique el cumplimiento de tu sueño. Luego repítelo una y otra y otra vez, hasta que se vuelva natural.
Y te lo prometo:
“Todo lugar que pise la planta de vuestro pie, os lo doy.” (Josué 1:3)
Ahora, después de un momento con mi patrocinador, volveré con un episodio que es, con diferencia, el caso más interesante que podría contarte hoy.
Como te dije, si una acción es necesaria debes acudir al hombre interior, y el hombre interior debe ejecutarla. Conté la historia que acabas de escuchar en San Francisco. En mi audiencia había una joven ciega. Y ella se encontraba ante un problema. Aunque era ciega, ganaba un ingreso maravilloso, realmente maravilloso. Pero recientemente habían cambiado las rutas de los autobuses y se vio obligada a emplear dos horas y media en un solo trayecto, usando tres autobuses. Y al ser ciega, cuando digo “ciega” quiero decir que no tiene ojos; tiene pequeños ojos de plástico, pues tuvieron que quitárselos hace muchos, muchos años, la situación era especialmente difícil.
Al bajar de un autobús debía esperar y confiar en que alguna persona pasara, viera sus limitaciones y pudiera ayudarla a cruzar la calle. Ella lo intentó sola y, después de dos semanas, no podía hacerlo en menos de dos horas y media. En los días anteriores, cuando solo tenía que tomar un autobús, hacía el recorrido en quince minutos.
Esa noche hizo lo siguiente: Se sentó en su sala y primero investigó cuánto costaría ir en taxi. Era completamente imposible. Pensó en dejar su apartamento. Pero nada de lo que imaginó podía llevarlo a la práctica. Llegó a la conclusión de que ir desde su casa hasta su trabajo en un automóvil era la única solución. No podía pagar un chófer y no podía conducir porque era ciega. Pero un automóvil le parecía la única solución.
Así que hizo esto. Sentada en su sala, en una silla cómoda, asumió que estaba sentada en el asiento delantero de un coche. Sintió que la persona a su lado era un hombre. Luego sintió el ritmo del coche. Sintió el olor de la gasolina. Sintió que el vehículo avanzaba. Sintió que se detenía ante lo que imaginó que sería una luz roja. Luego sintió que el coche volvía a avanzar.
Finalmente llegó al final de su viaje imaginario, se volvió hacia su acompañante y dijo:
“Muchas gracias, señor.”
Y él respondió:
“El placer es todo mío.”
Ella salió del coche y luego imaginó que oía el clic de la puerta al cerrarse, porque en su imaginación ella misma la había cerrado con firmeza. Y después caminó por la rampa que conducía a su oficina.
La noche siguiente repitió todo el proceso. Lo hizo hasta que le pareció que realmente estaba dentro de un coche; que realmente podía verse viajando por las calles de San Francisco, deteniéndose frente a su edificio de oficinas, bajando, agradeciendo a su conductor y subiendo la rampa.
La segunda noche, justo después de que había realizado el ejercicio y le había dado los tonos de realidad, su acompañante le leyó el periódico de la tarde. Y allí, en el periódico, apareció la fotografía de un hombre que se interesaba por las personas ciegas. Al escuchar el artículo, pensó en llamarlo. Buscó su nombre en la guía telefónica, encontró su número y lo llamó.
Él le dijo que sí estaba interesado en los ciegos, tal como se mencionaba en el periódico, pero que ese no era ni el momento ni el lugar para llamarlo. Si ella le escribía una carta larga y detallada explicando la naturaleza de su problema, él la tomaría en consideración. Ella se sentó y le escribió una carta explicándole su problema, que no era más que un problema de transporte.
Al día siguiente, cuando él recibió la carta, la leyó y simplemente la guardó en el bolsillo. De camino a su casa se detuvo en un lugar donde se detenía todos los días antes de volver a su hogar. Resultó ser un bar. Entró al bar. Conocía al dueño y pidió su martini, o lo que fuera que solía tomar. Y mientras estaba allí, sintió el impulso de contar la historia de la joven ciega.
Al contarla, un desconocido total, que era vendedor de una casa licorera, escuchó la historia. Y dijo:
“Bueno, yo gano muy bien y no hago nada por esta comunidad. Aquí hay una joven que no solo se sostiene sin depender de los contribuyentes, sino que en su carta dice que está entrenando a otras nueve personas ciegas para que ganen su propio sustento. Esta muchacha, que debería ser mantenida por los contribuyentes, se sostiene por sí misma y ha enseñado a otras nueve a hacerlo. Y yo, que gano un ingreso maravilloso, no hago nada por nuestra comunidad. Yo la llevaré al trabajo.”
El hombre que recibió la carta respondió:
“Si tú, siendo un desconocido, estás dispuesto a llevarla al trabajo, yo, que estoy interesado en los ciegos y hago de ello mi labor, entonces la llevaré de regreso a casa.”
Y ese fue el acuerdo.
Han pasado casi tres años desde entonces. Vi a esa joven hace unos seis meses y me dijo que no había fallado ni un solo día de la semana laboral. Cinco días a la semana, un caballero la recoge y la lleva a su trabajo, y otro la lleva de regreso a su hogar.
Y aquí viene la parte sorprendente. La primera mañana en que viajó con uno de estos hombres, ella se volvió hacia él al bajar del coche y dijo:
“Muchas gracias, señor.”
A lo que él respondió:
“El placer es todo mío.”
Las mismas palabras que ella había usado en su imaginación para hacer natural la escena fueron las palabras exactas que se pronunciaron el primer día.
Ella lo hizo dos veces y, en el tercer día, ya la estaban llevando al trabajo. Te digo que si ella pudo hacerlo, y si quien habla pudo hacerlo, tú también puedes hacerlo. Yo lo he hecho muchas veces, y enseño a otros a hacerlo. Es una técnica sencilla, realmente sencilla.
Debes aprender a confiar en el hombre interior y en la realidad de lo que, en este momento, para ti es un reino invisible. Este mundo invisible no es irreal; es el mundo más real que puedas imaginar.
Y el hombre interior, que está vinculado a ese mundo, es un ser mucho más real que la personalidad exterior a la que te aferras y valoras tanto en este mundo.
Confía. Estas cosas jamás fallan. Siempre que la acción del tú interior corresponda a la acción que el tú exterior debe realizar para satisfacer tu deseo, ese deseo se cumplirá.
Porque todo este maravilloso mundo nuestro no es otra cosa que la satisfacción de un hambre; por eso lo construimos. Lo hicimos para saciar nuestro anhelo.
Tú tienes un anhelo profundo, algún hambre maravillosa en este mundo. Puede ser un empleo, puede ser un aumento de ingresos, puede ser una relación armoniosa en un hogar que ahora está tenso. Sea lo que sea, construye un pequeño acto, esa acción interior que implica que tu sueño ya se ha cumplido. Luego toma esa acción y ejecútala interiormente una y otra y otra vez, hasta que adquiera los tonos de la realidad. Cuando te parezca natural, entonces puedes dormir.
Pero sí creo que dormirse durante la acción, de alguna manera extraña, parece apresurar el intervalo entre el acto y su realización. Por supuesto, no tienes que dormirte. Pero he descubierto por experiencia que, si puedo quedarme dormido mientras realizo la acción que implica el cumplimiento de mi sueño, entonces reduzco rápidamente el tiempo.
En Barbados me tomó menos de un día obtener pasaje en un barco, aunque el barco no zarpaba sino hasta veintiún días después. Aun así, yo sabía que iba a zarpar en ese barco. Tenía una prueba tangible; tenía el pasaje en mi poder.
A esta joven le tomó quizá dos días. Aunque la llevaron al trabajo en el tercer día, en realidad solo lo hizo dos noches. Dos noches sentada en su sala asumió que iba en un coche; podía oler la gasolina; tomó toda su atención y lo alucinó. Puedes alucinar con la vista, el olfato y el tacto. Puedo tomar mi mano ahora, colocarla sobre este libro y asumir que estoy tocando algo que no está aquí para que nadie más lo vea. Y perderme tanto en ello que para mí parezca natural.
Si lo hago hasta que me parezca natural, y me duermo mientras lo estoy haciendo, ¿no crees que llegará a ser mío? Así es como todos deberían vivir y como eventualmente todos vivirán en este mundo.
Así que, en lugar de salir a buscar simplemente cosas que no son tuyas, o diría, robar para sobrevivir, con esta técnica no sobrevives robando: mueres para vivir. Abandonas tus ideas preconcebidas, simplemente las dejas ir, y te ves internamente entrando en otro estado. Y al verte a ti mismo directamente en la situación de tu deseo cumplido, duermes en ese estado.
Y así conoces la sabiduría de la palabra:
“En un sueño, en una visión nocturna, cuando el sueño profundo cae sobre los hombres, cuando dormitan en su lecho, entonces Él abre los oídos de los hombres y sella su instrucción.” (Job 33:15–16)
Somos adiestrados por la noche en el papel que representaremos cuando abrimos los ojos en este mundo exterior. Y todo lo que haremos, lo haremos por obligación. Porque ese movimiento interior es la fuerza mediante la cual el acontecimiento exterior llega a manifestarse.
Si lo sabes, entonces no te limites a saberlo, hazlo. si, gracPorque si lo haces, te lo prometo, obtendrás el resultado. Pero debes aplicarlo. La aplicación es importante. Toda persona en este mundo debe aprender a vivir por su imaginación. Y solo cuando vives por la imaginación puede decirse verdaderamente que estás viviendo.
Ahora bien, en este libro mío, Imaginación Despierta, encontrarás la historia de la joven ciega. Léela y aplícala. Y conviértete en el hombre, en la mujer que deseas ser.
Puedes ser cualquier cosa en este mundo que quieras ser; si conoces estas maravillosas promesas, acéptalas y ponlas a prueba. Estás invitado a ponerlas a prueba.
“Ven ahora y pruébame, y verás si no abriré las ventanas de los cielos y derramaré sobre ti una bendición tan grande que no habrá espacio en la tierra para recibirla.” (Malaquías 3:10, según la cita de Neville)
Puedes concebir el estado imposible, imposible para el hombre exterior.
Todas las cosas son posibles para el hombre interior.
Ahora regresaré en un momento con un pensamiento para este día. El pensamiento de hoy es recordar que todo lugar que pise la planta de tus pies te ha sido dado.
Adiós y gracias.
✧ Fuente: Cool Wisdom Books
© Traducción al español por Indira G. Andrade · La Mente Creadora – Archivo Neville Goddard en español. Todos los derechos reservados.
En La Mente Creadora encontrarás la obra completa de Neville Goddard, organizada paso a paso en orden cronológico.
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