Tres proposiciones · Neville Goddard · 1954
Tres verdades fundamentales sobre el estado de conciencia y el poder creador del discurso interior: cómo todo cambio comienza dentro del hombre.
Bien, mi primera proposición es esta: el estado individual de conciencia determina las condiciones y las circunstancias de su vida. La segunda proposición es que el hombre puede elegir el estado de conciencia con el que desea identificarse; y la tercera surge de manera natural: por lo tanto, el hombre puede ser aquello que quiere ser.
Las tres proposiciones de Neville Goddard:
El estado de conciencia individual determina las condiciones y las circunstancias de la vida.
El hombre puede elegir ‘ese’ estado de conciencia con el que desea identificarse.
Por lo tanto, el hombre puede ser aquello que quiere ser.
Si la primera proposición es verdadera de que el estado individual de conciencia es la única causa de los fenómenos de su vida, entonces surge la pregunta normal y natural: «¿Por qué no lo cambia a un estado más deseable si pudiera cambiarlo?». Pues bien, no es tan fácil como parece.
Hoy esperamos ofrecerte una técnica que facilite este cambio, pero al ser humano le resulta muy difícil dejar atrás aquello a lo que se ha acostumbrado. Todos estamos atrapados en lo habitual.
Puede parecer extraño, pero hace años apareció una caricatura bastante sórdida durante la última guerra, que quizá llegaste a ver. Se publicó en The New Yorker y era obra de George Price.
En ella se mostraba una pequeña habitación: un fregadero repleto de platos sin lavar, el yeso cayendo de las paredes y una pareja de mediana edad. Ella, despeinada y con el cabello enredado, sentada en una silla leyendo una carta; él, con la ropa rota, los pies sobre la mesa y los calcetines llenos de agujeros. El pie de la caricatura decía:
Ella está leyendo una carta de su hijo soldado en el extranjero: “Dice que extraña su hogar.”
Ahora bien, basta ver el interior de esa casa, una sola habitación completamente descuidada, y sin embargo el muchacho decía que extrañaba su hogar.
Al ser humano le cuesta desprenderse de lo habitual; por eso, esta mañana te hemos traído estas tres proposiciones, y espero poder dejar claro que, con este conocimiento, puedes aplicarlas para realizar cualquier objetivo que te propongas.
Es el colmo de la insensatez esperar que los cambios ocurran solo con el paso del tiempo, pues aquello que requiere un estado de conciencia para producir su efecto no podría manifestarse sin ese mismo estado de conciencia.
Si debo estar en la conciencia de aquello que estoy buscando antes de encontrarlo, entonces lo único que debo hacer es adquirir ese estado de conciencia.
La mayoría de nosotros ni siquiera sabemos con certeza qué queremos decir con “estado de conciencia”. Para quienes están aquí por primera vez, la expresión estado de conciencia significa simplemente la suma total de todo lo que el hombre cree, acepta y consiente como verdadero.
Ahora bien, no es necesario que todo eso sea verdad. Puede serlo, pero no tiene por qué serlo: podría ser falso, podría ser una verdad a medias, una mentira, una superstición o un prejuicio. Aun así, la suma total de todo lo que el hombre cree constituye su estado de conciencia.
Ese es el “hogar” en el que habita, y mientras permanezca en esa casa, se encontrará con los mismos problemas; las circunstancias de su vida seguirán siendo las mismas. Puede desplazarse físicamente hasta los confines de la tierra, pero se topará con condiciones similares, porque no puede escapar de la casa en la que mora.
La Biblia se refiere a esas casas como las moradas del Señor; también las llama ciudades, habitaciones, aposentos altos... utiliza muchas palabras para describir los distintos estados individuales de conciencia. Y el llamado constante de la Biblia es este: salir y ocupar el piso superior, es decir, elevarse a un nivel más alto dentro de uno mismo.
Si no sabes en qué estado habitas, existe una técnica muy sencilla que puedes usar para descubrirlo. El hombre que mora en un estado, y todos habitamos en distintos estados, puede descubrir fácilmente cuál es el suyo si escucha dentro de sí mismo y observa sus conversaciones mentales internas, porque cada estado canta su propia canción y se revela en el discurso interior del hombre.
Si escuchas con atención y sin juzgar lo que dices internamente, descubrirás tu estado. Y no te sorprenderá que las cosas sean como son, porque escucharás dentro de ti mismo la causa de los fenómenos de tu vida.
Aquello que estás diciendo y haciendo en tu interior es mucho más importante que lo que sabes o aparentas expresar exteriormente. Cuando el hombre comprende lo que está haciendo en su interior, entonces puede cambiarlo.
Si nunca has observado sin juicio tus reacciones ante la vida, si eres totalmente inconsciente de tu comportamiento subjetivo, también lo eres de la causa de todo lo que ocurre en tu mundo. Pero si llegas a ser consciente del estado en el que estás, entonces simplemente comienzas a cambiarlo.
Ahora quiero compartirte una técnica que he encontrado sumamente útil, y que funciona como un milagro. Cualquiera puede ponerla en práctica.
Sé que algunos de ustedes quizá provienen de entornos profundamente ortodoxos, y que incluso estar aquí pueda parecerles extraño; pero les aseguro que no están solos. Muchos de los líderes en el campo de la ortodoxia han buscado reunirse con este conferenciante. Más de un rabino ha estado en mi casa, también sacerdotes y ministros protestantes. Muchos de ellos.
Van a mi hogar en busca de interpretaciones del Libro que, en público, no se atreverían jamás a dar, porque están obligados a mantener la interpretación más estrictamente literal. Así que no se sorprendan si escuchan aquí cosas que los desconcierten; sus propios líderes también se han sorprendido. Pero esta es una técnica que he hallado profundamente efectiva.
Ante todo, el ser humano se encuentra siempre en presencia de una energía infinita y eterna, de la cual procede todo lo que existe. Pero esa energía sigue patrones definidos: no se desprende del hombre para cristalizarse en las cosas de un modo extraño o al azar. Sigue un cauce preciso, y ese cauce lo traza el propio hombre a través de su discurso interior.
Así, aunque se nos pide que cambiemos nuestra manera de pensar para cambiar nuestro mundo, pues está escrito:
“Sed transformados mediante la renovación de vuestra mente” [Romanos 12:2]
El hombre no puede cambiar su pensamiento si antes no cambia sus ideas, porque piensa desde ellas. Por lo tanto, si deseo cambiar y ser transformado, debo trazar nuevos cauces, y esos cauces se trazan siempre en mi discurso interior.
Entonces, ¿qué estoy diciendo ahora, cuando aparentemente estoy solo?
Puedo sentarme en esa silla, estar de pie aquí o caminar por la calle, y aun así no puedo dejar de hablar. El hombre no se da cuenta de que está hablando, porque nunca guarda el silencio suficiente para escuchar la voz que habla dentro de sí mismo. Pero en su interior está murmurando aquello que, exteriormente, aparece luego como condiciones y circunstancias.
La mayoría de las cosas que el hombre murmura en su discurso interior son negativas, intentos de justificar su propio comportamiento. Pero no hay necesidad de justificarse. Se excusa por sus retrasos o por sus fracasos, discute consigo mismo, juzga con dureza o condena.
Muchos de nosotros sentimos un afecto secreto por nuestras heridas: no queremos agradar a ciertas personas; incluso nos molestaría si ellas llegaran a apreciarnos. No deseamos que ocurran ciertas cosas en nuestro mundo, aunque pudieran traernos mayor bienestar o satisfacción.
El hombre tiene un sentimiento peculiar, una extraña inclinación: cierta ternura hacia el sentirse rechazado o herido… y le gusta hablar de ello.
Ahora bien, intenta sacar a ese hombre de su estado habitual: sería tan difícil como impedir que aquel soldado volviera a aquella habitación miserable. Él regresa una y otra vez a esas habitaciones sórdidas dentro de sí mismo.
No ves platos sucios en tu interior, pero si pudieras contemplar el estado psicológico en el que la mayoría de nosotros habita, verías una habitación mucho más sucia que la que George Price ilustró en The New Yorker.
Todos esos platos sin lavar están dentro de nosotros: por fuera los limpiamos, pero como se nos dice en la Biblia:
“…dejamos el interior sin limpiar y nos convertimos en sepulcros blanqueados.” (Mateo 23:27)
Ahora bien, si realmente deseo cambiar mi mundo, no hay nadie en él a quien deba cambiar, excepto a mí mismo. No necesito cambiarte a ti como persona, pero sí debo cambiar mi actitud hacia ti.
Si tú me desagradas, o si creo que me desprecias, o si tu comportamiento me ofende, la causa de mi ofensa no está en ti ni en tu conducta; debo buscarla dentro de mí. Y si busco con seriedad y soy completamente honesto en mi búsqueda, la encontraré. Descubriré que, en mi interior, cuando pienso en ti, no mantengo contigo una conversación agradable.
Así que déjame sentar ahora, traerte ante el ojo de mi mente, y mientras te contemplo allí, imaginar una conversación que implique un cambio radical en mi mundo. Te evoco en mi imaginación y transformo mi actitud hacia ti, trazando nuevos cauces en mi discurso interior con respecto a ti.
Estos nuevos cauces se convertirán entonces en las vías por las que se derramará esta energía eterna, una energía que es solamente pensamiento; cuando esa energía se desplace por los cauces trazados en mis propios discursos interiores, producirá cambios en mi mundo exterior.
Ahora bien, si repito esas conversaciones y lo hago cada vez con más frecuencia, entonces se vuelve un hábito, y descubriré que mientras me ocupo de los asuntos de mi Padre en el mundo exterior, en mi interior, por hábito, continúo sosteniendo esas conversaciones transformadas y más hermosas.
Ahora, una transformación de la conciencia producirá sin duda un cambio en el entorno y en las condiciones de la vida. Pero me refiero a una transformación de la conciencia; no me refiero a una ligera alteración de la conciencia, como un cambio de humor.
Es agradable pasar de un estado de ánimo poco grato a uno más encantador, pero de lo que yo hablo es de una transformación. Y por transformación quiero decir: cuando me muevo a un nuevo estado, y me muevo hacia él con tanta frecuencia que se convierte en un hábito, ese estado se vuelve estable, hasta el punto de expulsar de mi conciencia a todos sus rivales.
Entonces ese estado central y habitual define mi carácter y realmente constituye mi nuevo mundo. Eso es lo que significa una transformación.
Pero si solo lo hago un poco y luego regreso a mi antiguo estado, tal vez experimente un alivio temporal, pero no notaré cambios profundos en mi mundo exterior.
Solo percibiré esos cambios cuando, en mi interior, haya ocurrido un cambio verdadero; entonces, sin esfuerzo alguno de mi parte, descubriré que el mundo exterior comienza a transformarse para corresponder a los cambios que tuvieron lugar dentro de mí.
Así que ten esto muy presente. No puedo repetirlo demasiado ni darle demasiada importancia: esa maravilla que es la capacidad del ser humano de hablar dentro de sí mismo.
Sin la ayuda de nadie en el mundo, sentado a solas en casa, puedes construir una frase que implique el cumplimiento de tu ideal; puedes construir una frase que exprese que una amiga está bendecida porque ha realizado su deseo, que aquello que sabes que ella anhelaba ahora lo posee.
Entonces pregúntate: ¿qué te diría ella si ya lo hubiera logrado?
Escucha con atención, como si realmente la oyeras, y en verdad la oirás.
Si guardas el silencio suficiente, oirás como viniendo de fuera lo que en realidad estás susurrando dentro de ti mismo.
El ser humano es este maravilloso templo en el que ocurre todo el trabajo interior, y el mundo exterior no es más que la proyección del trabajo realizado dentro de sí mismo.
Este hombre, el llamado hombre actual, por desgracia está dormido. La Biblia lo expresa de un modo bellísimo en el segundo capítulo del Génesis, donde se nos dice que Adán durmió, que fue sumido en un profundo sueño del cual aún no ha despertado.
En ninguna parte de la Biblia se menciona que Adán haya despertado de su sueño, pero sí se menciona un despertar, aunque no como Adán, sino como el segundo hombre, llamado Cristo Jesús. Así, en Cristo todos despiertan; en Adán todos duermen.
El hombre que es completamente inconsciente de la actividad mental que tiene lugar en su interior es aquel que duerme como Adán, aunque no lo sepa. Camina con los ojos abiertos, puede ser una persona importante en el mundo, puede tener riqueza, fama, o todas esas cosas que los demás admiran; pero si es totalmente inconsciente de esa actividad mental que causa los fenómenos de su vida, ese hombre está profundamente dormido, y está personificado en la Escritura como Adán.
Y leerá su Biblia creyendo que se trata de una historia literal. Leerá que Adán fue puesto a dormir y que de él se tomó una costilla de la cual se formó una mujer llamada Eva. Pero cuando el hombre comienza a despertar, comprende que esa Eva simbólica de la Biblia no es otra cosa que su propia emanación, ahora llamada naturaleza. Y la naturaleza es su sierva: debe modelar la vida a su alrededor del mismo modo en que él la modela dentro de sí.
Sin embargo, si permanece dormido, la modela en confusión; pero la modela de todos modos, porque utiliza exactamente la misma técnica que empleó su Padre para construir el mundo. Usa el habla, usa el discurso interior, y así fue como todo este vasto universo llegó a existir.
Él usa el mismo poder: posee palabra y mente; pero, en el estado de sueño, produce condiciones extrañas y no sabe que es él mismo la causa de todo lo que lo rodea. A medida que comienza a despertar, despierta como un solo ser: despierta como Cristo Jesús. Y ese ser llamado Cristo Jesús, personificado en los Evangelios, no es otro que la imaginación despierta y amorosa.
El amor imaginativo, cuando solo el amor lo guía, es incapaz de escuchar otra cosa que lo que es amable y bello. Cuando ese ser comienza a despertar, deja de ver las cosas con pura objetividad: percibe todo de manera subjetivamente relacionada consigo mismo.
Es incapaz de encontrarse con un desconocido. Puede cruzarse con alguien por primera vez, pero sabe que no es realmente un extraño, pues ningún hombre tiene poder para entrar en su mundo si él, desde su interior, no lo ha llamado.
“Nadie viene a mí si yo no lo llamo.” [Juan 6:44]
“Nadie me quita la vida; yo mismo la entrego.” [Juan 10:18]
“No me elegiste tú a mí; yo te elegí a ti.” [Juan 15:16]
Aunque alguien parezca llegar ahora por primera vez a mi vida, sé que no me eligió: yo lo elegí. Entonces empiezo a ver que cada ser está subjetivamente relacionado conmigo. Y en ese estado te vuelves incapaz de sufrir daño, porque has superado toda la violencia que antes expresabas en el mundo mientras dormías.
No hay condenación para el hombre dormido: sueña confusión porque no sabe quién es. Pero comienza a despertar mediante técnicas como las que se te han dado esta mañana.
Si tomas esta técnica y la practicas conscientemente porque aquí no me dirijo a la mente pasiva que se rinde ante las apariencias, sino a Cristo en ti, que es el uso consciente y activo de tu maravillosa imaginación, entonces, cuando te sientas y determinas de antemano lo que deseas oír, y escuchas hasta oírlo, y te niegas a oír cualquier otra cosa que no sea eso, estás utilizando el único poder en el mundo capaz de despertar al hombre: estás usando tu maravillosa imaginación, que es
“Cristo en ti, la esperanza de gloria.” [Colosenses 1:27]
Esta semana, una señora me contó lo siguiente: ella había aprendido la técnica de la revisión. Su esposo la llamó con gran preocupación por un asunto importante, de mucho dinero. Había enviado seiscientos pies de película a la compañía Acme, y la empresa se la devolvió informándole que solo los primeros trescientos pies eran utilizables. Los otros trescientos como dicen ellos eran “duds”, fallidos, completamente en blanco. Y estaban contra el tiempo: esos seiscientos pies de película debían enviarse por avión a Chicago en menos de doce horas, según el contrato. Pero de los seiscientos pies filmados, la mitad no tenía sonido, todo aparecía vacío.
Ella se sentó en la cama, en el mismo lugar donde había recibido la llamada desesperada de su esposo. Colgó el auricular y permaneció en silencio hasta que oyó dentro de sí aquel teléfono sonar nuevamente. Al otro lado de la línea escuchó la misma voz, ya no ansiosa, sino tierna y amorosa, la voz de su esposo explicándole que todo se había resuelto, que habían encontrado aquello que parecía perdido para siempre.
Permaneció en silencio durante una hora y diez minutos, escuchando una y otra vez hasta que todo su cuerpo quedó inmóvil, oyendo únicamente lo que deseaba oír.
Una hora y diez minutos más tarde, mientras aún guardaba silencio, el teléfono sonó. Era su esposo, llamaba para decirle que la compañía Acme acababa de comunicarse con él para disculparse: todo había sido un error de ellos. Habían encontrado los trescientos pies de película extraviados, y no había nada defectuoso, ni un solo fotograma en blanco; todo estaba perfecto.
La persona promedio, al no conocer esta ley de la revisión, o incluso conociéndola, habría aceptado como definitivo el testimonio de los sentidos. Al recibir una noticia tan aparentemente cierta, se habría alterado, habría llamado furiosa a la compañía Acme y movido todo tipo de contactos para intentar corregir el problema.
Pero ella escuchó y actuó en consecuencia. Y eso es exactamente a lo que me refiero cuando les digo que un poco de conocimiento aplicado vale mucho más que un gran conocimiento que se descuida y no se lleva a la acción.
Muchos de los que están aquí presentes, y no lo digo como juicio, poseen el mismo conocimiento que esta mujer. Ella ha estado asistiendo últimamente a las reuniones, sin duda está aquí esta mañana. Al menos vino los dos primeros domingos y no se perdió ninguno de los encuentros en el Ebell. Y habiendo aprendido el arte de la revisión, lo puso en práctica.
Otros también han escuchado el arte de la revisión…
¿Lo han puesto en práctica?
¿Anoche permitiste que el sol se pusiera sobre tu enojo?
¿Dormiste con algún problema sin resolver, con alguna molestia o irritación pendiente?
¿O fuiste realmente a la cama habiendo resuelto toda inquietud y todo conflicto del día?
Cada pequeño problema debe resolverse. Reescribes la obra. Si no reescribiste los acontecimientos de ayer para que se ajustaran al ideal que te habría gustado vivir, entonces escuchaste, pero no actuaste. Y así se nos dice en la Biblia:
“Sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores.” [Santiago 1:22]
Porque si eres un oyente y no un hacedor, eres como un hombre que se mira el rostro en un espejo y, al darse la vuelta olvida inmediatamente qué clase de hombre es. Pero si eres un hacedor y no un oyente olvidadizo, serás bendecido en tu acción, porque habrás mirado dentro de la ley de la libertad, te liberarás, y al liberarte serás bendecido en el hecho mismo.
Para quienes estudian la Biblia y deseen comprobarlo, lean la Epístola de Santiago. Encontrarán este pasaje en el primer capítulo, donde se habla de aquel que mira en la ley y se libera. Pues bien, ella se liberó escuchando hasta oír exactamente lo que deseaba oír, y lo oyó una hora y diez minutos después.
Ahora bien, la mayoría de las personas, lo repito, no habrían actuado de ese modo. Por hábito se habrían alterado, habrían perdido la calma y se habrían inquietado. Y ese mismo día, si su esposo hubiera regresado a casa con la noticia negativa, como sin duda habría ocurrido, ambos habrían dormido permitiendo que el sol se pusiera sobre su enojo.
Pero ahora sabes que no hay nada externo que debas cambiar.
La primera proposición es verdadera: el estado de conciencia del hombre, que simplemente significa todo lo que acepta, todo lo que cree y todo a lo que da su consentimiento, es la única causa de los fenómenos de su vida. El hombre puede cambiar su estado de conciencia y, por lo tanto, puede determinar las condiciones de su vida.
Sin embargo, el paso del tiempo por sí solo no produce nada. El tiempo es solo un medio que permite los cambios en la experiencia, pero no puede producir el cambio en sí. Es simplemente aquello que hace posible que los cambios ocurran, pero no es su causa.
El espacio nos da la posibilidad de experimentar, y el tiempo nos permite los cambios dentro de esa experiencia, pero por sí mismos no hacen nada. Debemos operar el poder, y si el individuo no se convierte en su operador, esperará en vano.
Así que nadie aquí esta mañana, ni nadie que venga durante el año, debería permitirse culpar a otro ni justificarse por un fracaso, porque al hacerlo no hace más que revelar su falta de práctica en el uso de esta ley.
Cualquiera que escuches que se queja de una tercera persona no tiene idea de cómo se está traicionando a sí mismo. Te está contando acerca de sus propios platos sin lavar, los que tiene dentro de sí, pero no lo sabe. Cree que el problema está en aquel a quien juzga, pero mientras te habla, escúchalo con atención y percibe qué es lo que necesita ser limpiado en él, y ayúdalo.
En tu ojo mental, reescribe la escena que has oído y, cuando te despidas, imagina que escuchaste una conversación más amable que la que realmente escuchaste. Sólo reescríbela por él y, de alguna manera misteriosa, levántalo dentro de ti, porque ese es tu trabajo, como también es el mío.
No estamos aquí para condenar, estamos aquí para redimir. Al despertar, hemos descubierto a Cristo en nosotros como nuestra propia imaginación. Y así, nuestro deber, tal como se dice que fue el deber de Cristo, es hacer la voluntad de aquel que me envió. Y la voluntad de aquel que me envió es que:
“de todo lo que me ha sido dado, no pierda nada, sino que lo levante de nuevo.” [Juan 6:39]
Y lo levanto encontrándome con alguien que está abatido y levantándolo dentro de mí. Simplemente escucho de él lo que deseo oír.
La voz que oyes esta mañana puedes tomarla como tono, escucharla con atención y oirás ese mismo tono dentro de ti. Cuando escuches ese tono en tu interior, coloca sobre él las palabras que deseas oír, y una vez que las hayas colocado, escucha y no te muevas hasta oír ese tono transmitiendo esas palabras.
Pero haz que sean nobles. No tomes ese tono para ponerle palabras que no impliquen un estado digno o elevado, porque no harás daño a nadie más que a ti mismo. Si tomas a alguien y colocas palabras sobre ese tono o esa voz que no reflejan un espíritu noble, entonces solo estarás manteniendo a ese ser abatido dentro de ti. No estarás cumpliendo tu verdadero deber.
Así que, esta mañana, cree en estas proposiciones y, una vez que las hayas creído, haz algo al respecto. Pon en práctica lo que te hemos enseñado acerca del discurso interior, porque es verdaderamente el más grande de los artes. Escucha y oye solo aquello que deseas oír.
Extiende tu mano imaginaria y ponla en la mano imaginaria de un amigo, y felicítalo por su buena fortuna. Si deseas que alguien te felicite a ti, permítete ser felicitado. No inclines la cabeza; mantenla erguida y acepta la felicitación. Y cuando felicites a tu amigo, imagina que él es plenamente consciente del bien que ya posee y que acepta con alegría tus palabras. Haz que ese contacto sea real.
Eso es, en verdad, entrar en el Reino de los Cielos, porque entras en el Reino y el Reino está dentro de ti, no fuera. Y siempre entras en el Reino mediante una comunión amorosa y consciente.
Puedes entrar en el Reino en cualquier momento: mientras vas en tranvía, viajas en autobús o te rodean conversaciones y rumores. Aun así, puedes entrar en el Reino y bendecir a un amigo simplemente imaginando que está contigo, que estrechas su mano y lo felicitas por las buenas noticias que has oído sobre él. Escucha como si él respondiera con la misma alegría, y en ese instante lo habrás bendecido realmente.
Puede estar a miles de kilómetros de distancia, pero desde ese momento algo comenzará a moverse en su mundo, porque has provocado un cambio dentro de la estructura de su mente. Y todo cambio en la estructura de la mente del hombre debe manifestarse en cambios correspondientes en el mundo exterior.
Así que provocas estos cambios hermosos dentro de ti.
Piensa en los testimonios, como el que escuchaste esta mañana. Aquí tengo un montón de cartas, realmente un montón apretado. Creo que es una de las colecciones más grandes que se han recibido aquí, y el correo de esta semana, no puedo expresarte la alegría que produce leer una tras otra, ya no pidiendo ayuda, sino dando alabanza y gratitud por el principio que trajo la ayuda a su mundo.
No puedo decirte cuántas personas, en las últimas dos semanas, han recibido un aumento de ingresos, un ascenso en su trabajo o una mejoría en su salud. Las cosas ocurrieron porque hicieron algo al respecto. No estaban simplemente calentando una silla aquí los domingos por la mañana, esperando que las cosas sucedieran por asociación; provocaron los cambios provocándolos primero dentro de sí mismos.
Este mensaje apela a hombres y mujeres lo bastante fuertes para valerse por sí mismos, a quienes desean alimento espiritual y han superado la leche que se da al hombre dormido. Si buscas la interpretación literal, todavía estás dormido, y este no sería el lugar para encontrarla.
Desde esta plataforma se te dará alimento espiritual, porque debes salir y hacer algo con lo que has recibido. Si poseyeras el mayor conocimiento del mundo sobre la comida, pero no comieras, morirías de hambre. Por eso, no es el conocimiento en sí lo que cuenta, sino su aplicación.
Esta semana que comienza, empezamos mañana, y será especialmente interesante para quienes disfrutan de la Biblia. Para aquellos que quieran “clavar los dientes mentales” en ella esta noche y venir mañana con una comprensión intuitiva del tema, les adelanto que se trata del capítulo 49 del Génesis.
Mañana citaré varios de sus pasajes, pero en el capítulo 49 del Génesis se dice lo siguiente: primero, Jacob reúne a sus hijos para anunciarles su porvenir, y son doce en total. Cuando llama al quinto de ellos, le dice: «El cetro nunca caerá de tu mano, nunca se apartará de ti, jamás, ni por toda la eternidad».
Su nombre es Judá, el que dio origen a la línea que floreció en Cristo Jesús, como puede verse al leer la genealogía que nos presentan los evangelios de Mateo y Lucas. Luego se dice de Judá:
“Él ata su pollino a la vid, y el hijo de su asna a la cepa más escogida. Lava en vino su vestido, y en la sangre de las uvas su manto. Sus ojos son más oscuros que el vino, y sus dientes más blancos que la leche.” [Génesis 49:11–12]
Ahora bien, quienes aún desean leer esto literalmente tal vez encuentren satisfacción lavando su ropa en vino; yo no, prefiero beberlo. Pero algunos lavan sus vestiduras en la sangre de las uvas y se quedan con los dientes blancos por la leche y los ojos enrojecidos por el vino.
Pues bien, ese fue el mismo Judá que, con Tamar, engendró a los gemelos de cuya descendencia surgió la línea que floreció en Cristo Jesús. Así que vuelve y lee la genealogía de Judá, y observa lo que hizo: tomó dos animales, uno era un pollino y el otro un asno joven.
No voy a darte ahora la interpretación. Ejercita tu facultad intuitiva y ven mañana por la noche para escuchar lo que diremos sobre la amatista, o piedra de vino: cómo el hombre debe formar la amatista, cómo debe tomar sus vestiduras, es decir, aquello que reviste la mente del hombre, y lavarlas en la sangre de las uvas; cómo el hombre no solo debe hacerlo, sino que sus ojos deben enrojecerse igualmente con el vino y sus dientes blanquearse con la leche.
Y mañana por la noche te mostraremos por qué le colocaron el manto escarlata y luego el más místico de todos, el manto púrpura. Así que, al vestirlo con ellos hasta llegar al acto final, colocaron sobre el hombre que había despertado la túnica púrpura, cuando ya estaba listo para ascender a lo alto, a niveles más elevados dentro de sí mismo.
Pero no puedes ascender sin antes haber tejido el manto púrpura, y aunque en este mundo existan órdenes que visten mantos escarlata y mantos púrpura, ningún hombre puede hacerlo por ti. No puede ser tejido en ninguna fábrica exterior; debe ser tejido en la fábrica interior de tu propio ser.
Así que, mañana por la noche, para quienes deseen adentrarse más profundamente en los misterios, nuestro tema será “El duodécimo, una amatista.” El último acto del hombre: el duodécimo, pues solo hay doce.
Luego viene, podría decir, la menos preciosa de todas las piedras a los ojos del hombre, pero la más preciosa a los ojos de Dios. Y no es una pequeña piedra que se encuentre entre las rocas, sino la que se descubre dentro de uno mismo.
Ese será el tema de mañana.
✧ Fuente: Cool Wisdom Books
© Traducción al español por Indira G. Andrade · La Mente Creadora. Todos los derechos reservados.
En La Mente Creadora encontrarás la obra completa de Neville Goddard en español, organizada paso a paso en orden cronológico.
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